Islamofobia y racísmo

Michel Houellebecq: «La islamofobia no es una forma de racismo»

En la primera entrevista sobre Soumission, la novela que imagina una Francia dominada por el islam que apareció el mismo día del atentado a Charlie Hebdo, el escritor explica su polémica hipótesis

Por Sylvain Bourmeau  | El País de Madrid/ The Paris Review

La semana pasada, en la primera entrevista concedida en torno a su nueva novela, Michel Houellebecq explicaba qué le ha llevado a escribir un libro que ya ha desatado un escándalo en Francia, incluso antes de ser publicado. El autor de Las partículas elementales ha vuelto a poner el dedo en la llaga, con un libro de ficción que aborda el futuro de Francia y el papel de islam.

Soumission (Sumisión), su sexta novela, está ambientada en 2022. Francia vive atemorizada. El país se ve agitado por misteriosos problemas. Los medios ocultan deliberadamente episodios habituales de violencia urbana. Todo se tapa, el público está a oscuras. y en pocos meses el líder de un partido musulmán de reciente creación será elegido presidente. En la noche del 5 de junio, en unas segundas elecciones generales -las primeras se anularon por fraude electoral generalizado-Mohammed Ben Abbes vence oportunamente a Marine Le Pen con el apoyo tanto de los socialistas como de la derecha.

Al día siguiente, las mujeres abandonan la vestimenta occidental. La mayoría empieza por llevar largas túnicas de algodón sobre los pantalones; animadas por las subvenciones del gobierno, dejan sus empleos en tropel. El desempleo masculino cae en picado de la noche a la mañana. En barrios que antes eran peligrosos el crimen prácticamente desaparece. Las universidades se vuelven islámicas. Los profesores no musulmanes son forzados a acogerse a la jubilación anticipada a no ser que se conviertan y se sometan al nuevo régimen.

– ¿Por qué lo ha hecho?

-Por varias razones. En primero lugar, creo, es mi trabajo, aunque la palabra no me guste. Percibí unos grandes cambios cuando volví a instalarme en Francia, aunque estos cambios no sean específicamente franceses, sino más bien de occidente en general. Creo que la segunda razón es que mi ateísmo no ha sobrevivido del todo a la cantidad de muertes a las que me he tenido que enfrentar. De hecho, empezó a parecerme insostenible.

-…….(continuar http://www.lanacion.com.ar/1759157-michel-houellebecq-la-islamofobia-no-es-una-forma-de-racismo-michel-houellebecq-la-islamofobia-no-es-una-forma-de-racismo)

– ¿Es ésta una novela satírica?

– No. Tal vez una pequeña parte del libro satirice a los periodistas políticos, y a los políticos un poquito también, para ser sinceros. Pero los personajes principales no son satíricos.

– ¿De dónde sacó la idea de una elección presidencial, en 2022, que se concretara en Marine Le Pen y el líder de un partido musulmán?

– Bueno, Marine Le Pen me parece una candidata realista para 2022, incluso para 2017. El partido musulmán es más. Ahí está el núcleo del asunto, la verdad. Intenté ponerme en el lugar de un musulmán y me di cuenta de que, en realidad, están en una situación totalmente esquizofrénica. Porque en general a los musulmanes no les interesan los temas económicos, sus grandes temas son los que hoy en día llamamos sociales. En estos temas, evidentemente, están situados muy lejos de la izquierda e incluso más lejos aún de los Verdes. Solo hay que pensar en el matrimonio gay para entender lo que quiero decir, pero se puede decir lo mismo de todo un abanico de temas. Y tampoco se ven razones por las que vayan a votar por la derecha, y mucho menos por la extrema derecha, que les rechaza de plano. Así que si un musulmán quiere votar, ¿qué se supone que tiene que hacer? La verdad es que está en una situación imposible. No tiene representación alguna. Sería un error decir que su religión no tiene ninguna consecuencia política: sí que las tiene. También las tiene el catolicismo, ciertamente, incluso aunque los católicos hayan sido más o menos marginados. Por esas razones, me parece a mí, un partido musulmán tiene mucho sentido.

– Pero imaginar que un partido como ese pueda estar en situación de ganar unas elecciones presidenciales dentro de siete años.

– Estoy de acuerdo, no es muy realista. Por dos razones, en realidad. Primero, y esto es lo más difícil de imaginar, los musulmanes tendrían que lograr llevarse bien entre ellos. Para eso haría falta alguien extremadamente inteligente y con un extraordinario talento político, cualidades que yo le doy a mi personaje Ben Abbes. Pero un talento extremo es, por definición, un fenómeno raro. Y aun suponiendo que este personaje existiera, el partido podría despegar, pero llevaría más de siete años. Si nos fijamos en cómo lo han hecho los Hermanos Musulmanes, vemos redes regionales, obras de caridad, centros culturales, centros de oración, centros de vacaciones, servicios sanitarios, algo que se asemeja a lo que hizo el Partido Comunista. Yo diría que en un país en el que la pobreza va a seguir extendiéndose, este partido podría atraer a gente mucho más allá del musulmán «medio», si puedo llamarlo así, puesto que en realidad ya no existe un musulmán «medio» desde que tenemos a gente que no es de origen norteafricano convirtiéndose al islam. Pero un proceso como este llevaría varias décadas. El sensacionalismo de los medios ejerce un papel negativo, la verdad. Por ejemplo, les encantó la historia del tipo que vivía en un pueblo de Normandía, que era tan francés como el que más, que ni siquiera venía de una familia rota, que se convirtió y se marchó a hacer la yihad a Siria. Pero es razonable pensar que por cada tío como aquel hay varias docenas de tíos que no hacen nada ni remotamente similar. Después de todo, uno no hace la yihad por diversión, ese tipo de cosas solo interesa a gente que se siente muy motivada por ejercer la violencia, cosa que significa que, necesariamente, es solo una minoría.

– También podríamos decir que lo que realmente les interesa es ir a Siria, más que convertirse.

– No estoy de acuerdo. Creo que existe una necesidad de Dios real y que el regreso de la religión no es un eslogan sino una realidad, y que está claramente en ascenso.

– Esa hipótesis es fundamental para el libro, pero sabemos que muchos investigadores llevan muchos años desacreditándola, demostrando que en realidad a lo que estamos asistiendo es a una progresiva secularización del islam, y que la violencia y el radicalismo deberían entenderse como los estertores del islamismo. Ese es el argumento defendido por Olivier Roy, y mucha otra gente que trabaja en esta cuestión desde hace más de veinte años.

– Esto no es lo que yo he observado, aunque en Norteamérica y en Sudámerica el islam se ha beneficiado menos que los evangélicos. Este no es un fenómeno francés, es casi global. No conozco el caso de Asia, pero el de África es interesante porque ahí tienes a los dos grandes poderes religiosos en ascenso: el cristianismo evangélico y el islam. En muchos sentidos sigo siendo un comtiano, y no creo que una sociedad pueda sobrevivir sin religión.

– ¿Pero por qué decidió contar estas cosas de una manera tan dramáticamente exagerada incluso reconociendo que la idea de un presidente musulmán en 2022 es poco realista?

– Ese debe de ser mi lado mercado de masas, mi lado thriller.

– ¿No lo llamaría su lado Éric Zemmour?

– No lo sé, no he leído su libro. ¿Qué es lo que dice exactamente?

– Él y unos cuantos escritores más se solapan, a pesar de sus diferencias, describiendo una Francia contemporánea que a mí me parece esencialmente fantasiosa, en la que la amenaza del islam se cierne sobre la sociedad francesa y es uno de sus elementos principales. En la trama de su novela, me parece a mí, acepta esto como premisa y promociona la misma descripción de la Francia contemporánea que encontramos en el trabajo de esos intelectuales hoy.

– No lo sé, solo conozco el titulo del libro de Zemmour [Le Suicide français], y ese no es en absoluto el modo como yo veo las cosas. No creo que estemos asistiendo a un suicidio francés. Creo que lo que estamos viendo es prácticamente lo contrario. Es Europa la que está cometiendo un suicidio y, en medio de Europa, Francia está intentando sobrevivir desesperadamente. Es casi el único país que lucha por sobrevivir, el único país cuya demografía le permite sobrevivir. El suicidio es una cuestión demográfica, es la mejor y la más eficaz manera de suicidarse. Por eso es por lo que Francia no se está suicidando en absoluto. Es más, que la gente se convierta es una señal de esperanza, no una amenaza. Dicho esto, no creo que la gente se convierta por razones sociales, las razones de su conversión son más profundas, incluso aunque mi libro me contradiga ligeramente, siendo el de Huysmans el caso clásico de un hombre que se convierte por razones que son puramente estéticas. En realidad, los asuntos que preocupan a Pascal dejan frío a Huysmans. Nunca los menciona. Hasta me cuesta imaginarme un esteta así. Para él, la belleza era la prueba. La belleza de una rima, de un cuadro, de la música, probaba la existencia de Dios.

– Esto nos devuelve a la cuestión del suicidio, puesto que Baudelaire dijo de Huysmans que la única elección que tenía a su alcance era entre el suicidio y la conversión.

– No, quien hizo ese comentario fue Barbey d’Aurevilly, y tenía cierto sentido, especialmente después de leer À rebours. Lo releí cuidadosamente y, al final, realmente es cristiano. Es asombroso.

– Por volver al asunto de sus exageraciones poco realistas, en su libro describe, de una forma muy borrosa y vaga, varios acontecimientos mundiales, y sin embargo el lector nunca termina de saber del todo cuáles son. Esto nos lleva al reino de la fantasía, ¿no es cierto?, a la política del miedo.

– Si, quizá. Sí, el libro tiene un lado temible. Utilizo las tácticas del miedo.

– ¿Como la de imaginar el panorama del islam apoderándose del país?

– En realidad no está claro de qué se supone que tenemos que tener miedo, si de los nativistas o de los musulmanes. Eso lo dejo sin resolver.

– ¿Se ha hecho usted la pregunta de cuál podría ser el efecto de una novela basada en esta hipótesis?

– Ninguno. Ningún efecto en absoluto.

– ¿No cree que contribuirá a reforzar la imagen de Francia que acabo de describir, en la que el islam cuelga sobre nuestras cabezas como la espada de Damocles, como la más terrorífica de todas las cosas?

– En cualquier caso, los medios no hablan de otra cosa, no podrían hablar de ello más. Sería imposible hablar de ello más de lo que ya lo hacen, de forma que mi libro no tendrá ningún efecto.

– ¿No le dan ganas de escribir sobre algún otro tema para no unirse a la manada?

– No, parte de mi trabajo es hablar sobre aquello de lo que todo el mundo habla, objetivamente. Pertenezco a mi propia época.

– Usted comenta en su novela que los intelectuales franceses tienden a evitar sentir responsabilidades, ¿pero se ha preguntado usted sobre su propia responsabilidad como escritor?

– Pero es que yo no soy un intelectual. Yo no tomo partido, no defiendo ningún régimen. Renuncio a cualquier responsabilidad, reclamo la irresponsabilidad total, excepto cuando opino de literatura en mis novelas, entonces me comprometo como crítico literario. Pero son los ensayos los que cambian el mundo.

– ¿Las novelas no?

– Por supuesto que no. Aunque sospecho que este libro de Zemmour es realmente demasiado largo. Creo que El Capital de Marx es demasiado largo. En realidad lo que se leyó y cambió el mundo fue El Manifiesto Comunista. Rousseau cambió el mundo, a veces sabía cómo ir directamente al grano. Es sencillo, si quieres cambiar el mundo, tienes que decir, Así es como es el mundo y he aquí lo que hay que hacer. No puedes perderte en consideraciones novelescas. Es ineficaz.

– Pero no hace falta que yo le diga cómo puede usarse una novela como herramienta epistemológica. Ese fue el tema de El Mapa y el Territorio. En este libro siento que usted ha adoptado categorías de descripción, oposiciones, que son más que dudosas, el tipo de categorías empleadas por los editores de Causeur, o por Alain Finkielkraut, Éric Zemmour o incluso Renaud Camus. Por ejemplo, la «oposición» entre el antirracismo y el secularismo.

– Uno no puede negar que ahí existe una contradicción.

– Yo no la veo. Al contrario, las mismas personas muchas veces son antirracistas militantes y fervientes defensores del secularismo, con las dos formas de pensar hundiendo sus raíces en la Ilustración.

– Mire, la Ilustración ha muerto, que descanse en paz. ¿Un ejemplo llamativo? La candidata de izquierdas en la papeleta de Olivier Besancenot, que llevaba velo, ahí tiene usted una contradicción. Pero solo los musulmanes están en realidad en una situación esquizofrénica. Al nivel de lo que normalmente llamamos valores, los musulmanes tienen más en común con la extrema derecha que con la izquierda. Hay una oposición más fundamental entre un musulmán y un ateo que entre un musulmán y un católico. Eso a mí me parece obvio.

– Pero no comprendo la conexión con el racismo.

– Eso es porque no la hay. Si hablamos objetivamente, no la hay. Cuando me juzgaron por racismo y me absolvieron, hace una década, el fiscal comentó, correctamente, que la religión musulmana no es un atributo racial. Esto hoy en día se ha hecho aún más evidente. De forma que hemos extendido el reino del «racismo» inventándonos el delito de islamofobia.

– Tal vez la palabra esté mal escogida, pero sí que existen formas de estigmatizar grupos o categorías de personas, lo que son formas de racismo.

– No, la islamofobia no es un tipo de racismo. Si hay algo que se haya hecho evidente, es eso.

– La islamofobia sirve como pantalla de un tipo de racismo que ya no se puede expresar porque va contra la ley.

– Yo creo que eso es falso, simplemente. No estoy de acuerdo.

– Usted emplea otra dicotomía dudosa, la oposición entre el antisemitismo y el racismo, cuando en realidad podemos señalar varios momentos de la historia en los que esas dos cosas han ido de la mano.

– Creo que el antisemitismo no tiene nada que ver con el racismo. Se da la circunstancia de que yo llevo tiempo intentando comprender el antisemitismo. Uno siente un primer impulso de conectarlo con el racismo. ¿Pero de qué tipo de racismo estamos hablando cuando una persona no puede adivinar si alguien es judío o no es judío porque la diferencia no puede verse? El racismo es más elemental que todo eso, es una diferencia en el color de la piel.

– No, porque el racismo cultural lleva mucho tiempo entre nosotros.

– Pero ahora está usted pidiéndole a las palabras que signifiquen cosas que no significan. El racismo es simplemente cuando no te gusta alguien porque pertenece a otra raza, porque no tiene el mismo color de piel que tú, o las mismas facciones, etcétera. No puedes estirar la palabra para darle un significado más elevado.

– Pero puesto que, desde el punto de vista biológico, las «razas» no existen, el racismo es, necesariamente, cultural.

– Pero el racismo existe, aparentemente, por todas partes. Es evidente que ha existido desde el momento en que las razas se empezaron a mezclar por primera vez. ¡Sé honesto Silvain! Sabes muy bien que un racista es alguien a quien no le gusta otra persona porque tiene la piel negra o cara de árabe. Eso es lo que es el racismo.

– O porque sus valores o su cultura son.

– No, ese es un problema diferente, lo siento.

– Porque es polígamo, por ejemplo.

– Ah, bueno, a uno le puede escandalizar la poligamia sin ser ni una pizca racista. Ese debe de ser el caso de mucha gente que no es racista en absoluto. Pero volvamos al antisemitismo, porque nos hemos desviado del tema. Viendo que nadie ha podido nunca adivinar si alguien es judío solo por su aspecto o incluso por su modo de vida, puesto que para cuando realmente se desarrolló el antisemitismo muy pocos judíos tenían una forma de vida judía, ¿así que qué podía significar el antisemitismo? No es una especie de racismo. Lo único que hay que hacer es leer los textos para darte cuenta de que el antisemitismo no es más que una teoría de la conspiración: hay gente oculta que es responsable de toda la infelicidad del mundo, que están conspirando contra nosotros, hay un invasor entre nosotros. Si el mundo va mal, es por culpa de los judíos, por culpa de los bancos judíos. Es una teoría de la conspiración.

– Pero en Soumission, ¿no hay también una teoría de la conspiración: la idea de que está teniendo lugar una «gran sustitución», de que los musulmanes se están haciendo con el poder?

– No conozco muy bien esta teoría de la «gran sustitución», pero asumo que tiene que ver con la raza. Mientras que en mi libro no se menciona la inmigración. Ese no es el tema.

– No es necesariamente racial, puede ser religiosa. En este caso, su libro describe una sustitución de la religión católica por el islam.

– No. Mi libro describe la destrucción de la filosofía heredada de la Ilustración, que ya no tiene sentido para nadie, o solo para muy poca gente. Al catolicismo, en cambio, no le va nada mal. Yo mantendría que una alianza entre los católicos y los musulmanes es posible. Lo hemos visto suceder en el pasado, podría volver a suceder.

– Usted, que se ha convertido en agnóstico, ¿puede observar esto con alegría, y ver cómo se destruye la filosofía de la Ilustración?

– Sí. Tiene que pasar en algún momento y bien podría ser ahora. En este sentido también soy comtiano. Estamos en lo que él llama la etapa metafísica, que comenzó en la Edad Media, y cuyo sentido general era destruir la fase precedente. En sí misma, no puede producir nada, solo vacío e infelicidad. De forma que sí, soy hostil a la filosofía de la Ilustración, eso necesito dejarlo perfectamente claro.

– ¿Por qué eligió situar su novela en el mundo académico? ¿Porque encarna la Ilustración?

– Creo que no lo sé. La verdad es que quería que hubiera una subtrama larga que versara sobre Huysmans, y ahí fue donde se me ocurrió la idea de hacer que mi personaje fuera un académico.

– ¿Sabía desde el principio que escribiría esta novela en primera persona?

– Sí, porque era un juego con Huysmans. Fue así desde el principio.

– De nuevo, usted ha escrito un personaje que es en parte un autorretrato, no del todo, pero. está la muerte de sus padres, por ejemplo.

– Sí, he utilizado cosas, incluso aunque los detalles sean bastante diferentes. Mis personajes principales nunca son autorretratos, pero siempre son proyecciones. Por ejemplo, ¿y si hubiera leído a Huysmans de joven, y hubiera estudiado literatura y me hubiera hecho profesor? Me imagino vidas que no he vivido.

– Permitiendo, al tiempo, que acontecimientos reales se inserten en sus vidas de ficción.

– Utilizo momentos que me han afectado en la vida real, sí. Pero cada vez más tiendo a transponerlos. En este libro, lo único que queda de la realidad es el elemento teórico (la muerte del padre) pero luego todos los detalles son diferentes. Mi padre era muy distinto de este tipo, su muerte no sucedió así en absoluto. La vida solo me da las ideas básicas.

– ¿Al escribir este libro tuvo la sensación de ser una Casandra, un profeta de la catástrofe?

– Realmente este libro no se puede describir como una predicción pesimista. Al final, las cosas no salen tan mal en realidad.

– No salen tan mal para los hombres, pero para las mujeres.

– Sí, ese es un problema totalmente distinto. Pero a mí me parece que el proyecto de reconstruir el imperio romano no es tan estúpido, si reorientas Europa hacia el sur la cosa empieza a cobrar cierto sentido, incluso aunque ahora mismo no lo tenga. Políticamente uno hasta podría alegrarse de este cambio, en realidad no es ninguna catástrofe.

– Y sin embargo el libro resulta extraordinariamente triste.

– Sí, tiene una fuerte tristeza subyacente. En mi opinión, la ambigüedad culmina en la última frase: «No tendría nada por lo que guardar luto». En realidad uno podría salir del libro sintiendo exactamente lo contrario. El personaje tiene dos cosas por las que guardar luto: Myriam y la Madona Negra. Pero resulta que no lamenta su pérdida. Lo que hace que el libro sea triste es una especie de ambiente de resignación.

– ¿Cómo situaría esta novela en relación con sus otros libros?

– Se podría decir que hice cosas que llevaba mucho tiempo queriendo hacer, cosas que no había hecho nunca antes. Como tener un personaje muy importante al que nadie ve nunca, que es Ben Abbes. También pienso que es el final más triste de una trama de amor que haya escrito nunca, porque es la más banal: ojos que no ven, corazón que no siente. Tenían sentimientos. En general, hay una sensación de entropía mucho más fuerte que en mis otros libros. Tiene un lado sombrío, crepuscular, que explica la tristeza del tono. Por ejemplo, si el catolicismo no funciona es porque ya ha dado de sí lo que tenía que dar, parece pertenecer al pasado, se ha vencido a sí mismo. El islam es una imagen del futuro. ¿Por qué se ha agotado la idea de la Nación? Porque han abusado de ella durante demasiado tiempo.

– No hay aquí ni rastro de romanticismo, mucho menos de lírica. Hemos pasado a la decadencia.

– Eso es verdad. El hecho de que partiera de Huysmans debe de tener algo que ver con esto. Huysmans no podía volver al romanticismo, pero para él seguía siendo posible convertirse al catolicismo. El punto de conexión más claro con mis otros libros es la idea de que la religión, del tipo que sea, es necesaria. Esa idea está ahí en muchos de mis libros. En este también, solo que ahora es una religión existente.

– ¿Cuál es el lugar del humor en este libro?

– Hay personajes cómicos aquí y allá. Yo diría que en realidad es el mismo de siempre, con el mismo número de personajes ridículos.

– No hemos hablado mucho de mujeres. Una vez más, atraerá críticas por ese flanco.

– Desde luego a una feminista no le va a encantar este libro. Pero yo no puedo hacer nada sobre eso.

– Y sin embargo a usted le sorprendió que la gente definiera Ampliación del campo de batalla como misógina. Este libro no le va a ayudar en ese sentido.

– Sigo pensando que yo no soy un misógino, la verdad. Diría que, en todo caso, esto no es lo importante. Lo que tal vez pueda sentarle mal a la gente es que demuestro cómo el feminismo está condenado por la demografía. De modo que la idea subyacente, que sí que podría molestar de verdad a la gente, es que la ideología no importa mucho, comparada con la demografía.

– ¿Este libro no pretende ser una provocación?

– Acelero la historia, pero no, no puedo decir que el libro sea una provocación; siempre que eso signifique decir cosas que considero fundamentalmente inciertas solo por poner nerviosa a la gente. Condenso una evolución que, en mi opinión, es realista.

-Mientras escribía o releía el libro, ¿anticipó algunas de las reacciones a su publicación?

-Sigo sin poder predecir estas cosas, no del todo.

– Algunos podrían sorprenderse de que usted haya elegido ir en esta dirección cuando su último libro fue recibido como un triunfo de tal calibre que silenció a sus críticos.

– La respuesta verdadera es que, francamente, yo no lo elegí. El libro comenzó con una conversión al catolicismo que debió de haber tenido lugar, pero no lo tuvo.

– ¿No tiene algo de desesperado este gesto, que usted realmente no escogió?

– La desesperación viene de decirle adiós a una civilización, por antigua que sea. Pero al final el Corán resulta ser mucho mejor de lo que yo pensaba, ahora que lo he releído -o, más bien, leído. La conclusión más obvia es que los yihadistas son malos musulmanes. Obviamente, como con todo texto religioso, hay espacio para la interpretación, pero una lectura honesta llegará a la conclusión de que, en general, no se aprueba la guerra santa de agresión, y que solo el rezo es válido. Así que se podría decir que he cambiado de opinión. Por eso no siento que esté escribiendo desde el miedo. Siento, más bien, que nos podemos ir preparando. Las feministas no podrán hacerlo, si hemos de ser completamente honestos. Pero yo y otras muchas personas sí podremos.

– ¿Se podría sustituir la palabra feministas por la palabra mujeres, no?

– No, no se puede sustituir la palabra feministas por mujeres. De verdad que no. Yo dejo claro que las mujeres también pueden ser conversas.

DESPUÉS DE LA CATÁSTROFE

Tras el atentado en París, Houellebecq suspendió la promoción de Soumission, «profundamente afectado por la muerte de su amigo Bernard Maris». La editorial Flammarion informó que el escritor abandonó la ciudad y se recluyó en el campo. Mientras, su novela encabeza la lista de ventas en Amazon Francia, y es el libro extranjero más vendido en Amazon.com.

El Primer Ciudadano. Biografía de Augusto

El Primer Ciudadano

La crítica: ‘Augusto: El primer emperador de Roma «por Adrian Goldsworthy
Emperador Augustus / Wikimedia Commons

Emperador Augustus / Wikimedia Commons

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01 de septiembre 2014 24:00

Augusto es el mayor antiguo líder romano.Él puso fin a décadas de guerra civil, puso orden a un vasto imperio que se extendía desde la costa de Normandía hasta el Delta del Nilo, y creó el cuasi-monarquía que duró dos siglos y dio a Roma y sus años más exitosos y estables.

Y, sin embargo, Augusto sigue siendo un enigma. El público en general se da cuenta que es importante, pero sabe poco acerca de sus motivaciones o de la personalidad, más allá de las caricaturas en la literatura (el Octavian cruel y deshonesto de Shakespeare Antonio y Cleopatra ) y la televisión (el significado bien, pero viejo chocho de Yo, Claudio ). Así que su padre adoptivo, Julio César, y su némesis, Marco Antonio, la tasa más alta en la imaginación popular que Augusto, a pesar de que tuvo éxito donde fracasaron.

Maravillosa biografía de Adrian Goldsworthy cambiará todo eso. Augustus es reveladora del carácter de su tema y el tiempo en que vivió, prudente en sus defectos, y rica en retratos de figuras secundarias-todo lo que una biografía debe ser.

Un historiador educado en Oxford, y autor de libros sobre el ejército romano y una biografía bien recibida de Julio César, el objetivo de Goldsworthy en Augustus es «escribir como si se tratara de la biografía de un estadista moderno … y tratando en lo posible comprender el verdadero hombre. »

Para entender el verdadero Augusto, uno tiene que lidiar con el aspecto más sorprendente de su vida: su meteórico ascenso al poder. Entró en la política a los 18 años, era «uno de los hombres más poderosos del mundo» a los 20, y el único amo de Roma a los 33 años ¿Cómo lo hizo?

En resumen: un pariente famoso, talento innato, y suerte. Nacido Cayo Octavio a una familia de la provincia rica en el 63 aC, Augusto era un sobrino nieto de César en el lado de su madre. César tomó el gusto a su joven pariente, y Augusto lo acompañó en una de sus muchas campañas militares. Después del asesinato de César en el 44 aC, Marco Antonio tuvo César será leído en voz alta en el Foro. Contenía una sorpresa: César (que no tenía ningún hijo legítimo) llamado Augustus su hijo adoptivo y heredero.

Este acto, más que cualquier otra cosa, alteró irrevocablemente la vida de Augusto y fue la base de todo su éxito posterior. Durante la noche, un oscuro joven de 18 años se convirtió en el representante de una de las más poderosas familias de Roma-y se espera que continúe su trayectoria de éxito. El nombrado «César» le dio dinero, una base política, el derecho (y la obligación) para perseguir a los asesinos de su padre, y la lealtad de los soldados veteranos que podrían ayudar a llevarlo a los asesinos ante la justicia.

Como Goldsworthy señala astutamente, Augusto decidió aceptar esta herencia-aunque no tiene por qué. Al hacerlo, mostró dos cualidades que son clave tanto para su personaje y el eventual triunfo.La aceptación de la herencia fue una decisión audaz, y sólo podría haber sido hecho por alguien poseído de enorme ambición, confianza y coraje. Y, antes de que él eligió para anunciar públicamente que iba a perseguir sus derechos como hijo de César, que tomó el consejo de su familia y dos amigos-uno cerca de ellos, Marcus Agrippa, pasó a convertirse en el general y almirante responsable de muchas victorias militares de Augusto . Augusto sabía que sus propias fortalezas y debilidades, y escuchó el consejo de sus subordinados talentosos cuando se dio cuenta de su propio juicio podría no ser exacta.

Augusto también tuvo suerte en sus enemigos. Su primer grupo de opositores, los conspiradores que asesinaron a su padre adoptivo, no tenían una causa muy popular. César era muy querido por la mayoría de la gente, porque efectivamente gobernó (si ilegalmente)  de una manera que hace avanzar el bienestar material de la población. Brutus y colaboradores afirmaba defender la libertad, pero su «libertad» era la libertad para un pequeño grupo de romanos muy ricos. No incluyó la mayoría de los ciudadanos, y mucho menos las grandes masas urbanas y rurales que no tenían derechos políticos. Y los conspiradores involucrados en el tipo exacto de obtener ilegalmente  el poder-por apropiación de los cuales se denunció a César: Utilizaron la violencia para eliminar a un rival y levantaron un ejército privado para derrocar al gobierno. Por otra parte, su ejército no era de lo mejor; los veteranos curtidos en la batalla de las guerras de las Galias de César se  destruyeron.

Goldsworthy cita la sumatoria apt de Cicerón de la conspiración: «pues si bien el valor era la de los hombres … la estrategia era la de los niños.»

La Bestia negra de Augusto, Marco Antonio, tenía el potencial de ser un enemigo mucho más peligroso. Carismático y valiente, Antony fue discípulo más entusiasta de César. También aprendió de los errores de César. Cuando César se convirtió en dictador, mostró misericordia a sus antiguos enemigos-que reembolsan su bondad matándolo. Antony se aseguró de que sus enemigos no recibió tanta gracia, y, junto con Augusto, él proscribió miles de ciudadanos romanos, a través de una lista oficial de muertos publicado en el foro.

Como era de esperar de un asesino en masa, Antonio también era arrogante y exaltado, que enajenó aliados potenciales. Su trato duro y obstinado rechazo a pagar prometieron salarios a algunos de sus tropas le costó una oportunidad temprana para aplastar a Augusto -los legionarios cambiado de bando cuando Augusto pronunció un mejor salario.

Y la intensidad de Antonio con frecuencia le llevó a excederse en cualquier intoxicantes que estaban en oferta. Su trabajo sólo publicó, el ​​fabulosamente titulado En Su embriaguez  de Antonio, hizo hincapié en que mientras bebía con frecuencia, que no estaba borracho cuando se realizaban funciones oficiales. Y, finalmente, abandonó a su familia romana y tomó a  Cleopatra, una reina extranjera, con quien tuvo varios hijos. Esta falta de decoro perjudicó seriamente  a Antonio en casa, ya que permitía a Augusto  retratarle como un degenerado oriental, embrutecido con vino y una mujer egipcia que parecía muy ansiosa por promover el sueño de Antonio de un nuevo imperio oriental con sede en Alexandria-no en Roma.

Si Augusto tuvo la suerte de sus enemigos, fue aún más afortunado en su momento. Al término de su guerra con Antonio en el año 31 aC, Roma había sufrido a través de décadas de guerras civiles catastróficas. Una gran parte de la clase gobernante ya pequeña había muerto en la violencia.

Goldsworthy señala que la promesa de Augusto de un retorno a la paz y el orden-concedido por un gran ejército bajo su mando-fuerte resonó con romanos cansados ​​de la guerra. Los ciudadanos que podrían no haber tolerado  los diseños de Augusto en un momento anterior eran ahora demasiado cansado para luchar por más tiempo.

Después de que él superó a los conspiradores y a Antonio, Augusto cumplió su promesa y trajo la paz y la prosperidad económica en el mundo romano. Reconstruyó físicamente la misma Roma en una gran escala, creando nuevas colonias agrícolas para sus leales veteranos y los pobres urbanos, y concedió la ciudadanía romana a los nuevos grupos. Goldsworthy utiliza los años después de la victoria de Augusto a explorar más a fondo su carácter. La Personalidad de Augusto es atractiva-tenía amistades profundas y duraderas, y un interés serio en la historia de Roma, las tradiciones y la literatura-se fue tan lejos como para escribir poesía vulgar, en el estilo de Catulo. Parece que realmente amaba a su esposa, Livia, a quien casó impulsivamente después de conocerla en una cena (un pequeño escándalo, cuando Livia dio a luz al hijo de su ex-marido tres días antes de su matrimonio con Augusto). Y, en sus últimos años, él era amable hacia patricios y plebeyos por igual, y  muestra un buen sentido del humor.

Pero Goldsworthy dice con razón que los atributos positivos de Augusto no le deben absolver de su conducta. Para cualquier otra cosa que podría haber reclamado, Augusto era un dictador militar. A pesar de que mantiene las formas del gobierno republicano-que prefería el título princeps , o «primer ciudadano», y llevó a los dictámenes del Senado máximo poder en serio-que reside en él mismo. Y él no estaba por encima de usar este poder para autorizar la terrible violencia en contra de sus compañeros romanos. El hecho de que Augusto era «excepcionalmente eficiente y benevolente para los estándares de los caudillos y dictadores», Goldsworthy escribe, no debe excusar aquellos actos.

Goldsworthy advierte con razón contra estableciendo paralelismos directos entre el tiempo de Augusto y lel nuestro. Pero hay una lección de la experiencia de Augusto que es especialmente relevante: la importancia de los precedentes. La mayor parte de lo que Augusto hizo en su carrera temprana tenían algún antecedente; incluso las proscripciones tomaron después de una serie anterior de las ejecuciones extrajudiciales ordenadas por el dictador Sila. Las analogías históricas dan cobertura a los políticos astutos que buscan expandir su poder, y se pueden utilizar de maneras inesperadas y perjudiciales. Esto es tan cierto hoy como lo fue en la antigua Roma, aunque las apuestas no son tan altas.

Augusto es el mejor tipo de biografía porque inspira a los lectores a hacer estas comparaciones sin hacerlos explícitos. Merece amplio número de lectores, y, de la mejor manera, demuestra la verdad de consulta famosa de Petrarca: «¿qué otra cosa es toda la historia, pero la alabanza de Roma»

¿Cómo la CIA transformó a Dr. Zhivago en un arma contra Rusia – Paul Craig Roberts

ago en un arma – Paul Craig Roberts

¿Cómo la CIA Made Dr. Zhivago en un arma

Paul Craig Roberts

Propaganda de la Guerra Fría estadounidense tuvo poco, o nada, que ver con el colapso de la Unión Soviética. Sin embargo, con la dramatización de la mendacidad Soviética hizo que el mundo ciego a la mendacidad de Washington.

Cuando las autoridades soviéticas nse egaron a publicar la obra maestra de lprominente escritor soviético Boris Pasternak, El doctor Zhivago, la CIA lo lo convirtió en un golpe propagandístico. Un periodista italiano y miembro del Partido Comunista aprendidó del manuscrito suprimido y se ofreció a llevar el manuscrito a la editorial comunista italiana en Milán, Giangiacomo Feltrinelli, que publicó el libro en italiano sobre las objeciones soviéticas en 1957. Feltrinelli cree que el Dr. Zhivago era una obra maestra y no que el gobierno soviético era una tontería tomar el crédito para la realización de su más grande escritor. En cambio, un Kremlin dogmático e inflexible jugó en las manos de la CIA.

Los soviéticos hicieron un escándalo tal sobre el libro que la controversia elevó el perfil del libro. De acuerdo con documentos de la CIA recientemente desclasificados, la CIA vio el libro como una oportunidad para que los ciudadanos soviéticos se preguntan por qué una novela de un escritor tan prominente de Rusia sólo estaba disponible en el extranjero.

La CIA organizó una edición en idioma ruso que será publicada y distribuida a los ciudadanos soviéticos en la Exposición Universal de Bruselas de 1958. El golpe propagandístico fue completa cuando Pasternak recibió el Premio Nobel de Literatura en octubre de 1958.

El uso de la novela de Pasternak para socavar la creencia de los ciudadanos soviéticos en su gobierno continuó en fecha tan tardía como 1961. Ese año yo era un miembro del programa de intercambio estudiantil EE.UU. / URSS. Nos animaron a llevar con nosotros copias de Dr. Zhivago. Nos dijeron que era poco probable inspectores de aduanas soviéticos saben Inglés y ser capaces de reconocer los títulos de los libros. Si se le pregunta, tuviéramos que responder «la lectura de viaje.» Si se reconocen y se confiscaron, sin preocuparse de las copias. Las copias eran demasiado valiosos para ser destruidos. Los funcionarios de aduanas serían primero leer los mismos libros y luego venderlos en el mercado negro, una forma eficaz de difundir la distribución.

Usted puede leer el informe del Washington Post here: http://www.washingtonpost.com/world/national-security/during-cold-war-cia-used-doctor-zhivago-as-a-tool-to-undermine-soviet-union/2014/04/05/2ef3d9c6-b9ee-11e3-9a05-c739f29ccb08_story.html

Los documentos desclasificados de la CIA se pueden leer here:http://apps.washingtonpost.com/g/page/world/the-cia-and-doctor-zhivago-explore-the-cache-of-documents/924/

Lo que me llama la atención acerca de los memorandos de la CIA es lo similar que el gobierno de Estados Unidos es hoy al gobierno soviético de 1958. El jefe de la División Soviética de la CIA describe en una nota de julio 1958 por qué el Dr. Zhivago era una amenaza para el gobierno soviético.La amenaza residía en el «mensaje humanista de Pasternak que toda persona tiene derecho a una vida privada y merece respeto como ser humano. «

Que se lo digan a la Agencia Nacional de la Stasi y para Seguridad Nacional y para los detenidos en Guantánamo y en prisiones de tortura de la CIA. En la intimidad de las personas EE.UU. yque a no existe.La NSA recoge y almacena todos los correos electrónicos, cada compra con tarjeta de crédito, cada conversación telefónica, todas las búsquedas en Internet, cada uso de los medios sociales de todos los ciudadanos. Pasternak tenía mucha más privacidad que cualquier estadounidense tiene en la actualidad. Los viajeros soviéticos no fueron sometidos a tientas genitales y pornográficos-escáneres.Sanciones hacia ciudadanos soviéticos pagadas por pronunciar verdades incómodas para el gobierno no es más grave que las sanciones impuestas a Bradley Manning, Julian Assange, y Edward Snowden.

Hoy en día los ciudadanos rusos son más libres para tener vida privada que los americanos, y la prensa rusa es más viva y más crítica con el gobierno que la prensa estadounidense. Como escribí en uno de mis artículos, cuando la Alemania Oriental comunista se disolvió, la Stasi se mudó a Washington.

The Sun Thief Review -El ladrón del Sol

Barbara H. Peterson el 13 de enero 2014

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J. Speer-Williams

Guerras Granja

Hay un gran misterio en curso de realización en todo nuestro país.

Según fuentes no oficiales, el nombre de presentación es la geoingeniería, y se dice que es una forma de reducir el calentamiento global. Pero para un creciente número de investigadores es el genocidio flagrante, lo que podría significar la muerte a usted, yo, y nuestros seres queridos.

Su nombre más común es chemtrails, abreviatura de rastros químicos rociados en la atmósfera por los aviones jumbo de alto vuelo. Esto significa la muerte de gran parte de nuestra planta, animal, y la vida marina.

Sin embargo, muchas personas no son conscientes del   fenómenode la estela química, a pesar de que los elementos oscuros de nuestras fuerzas de inteligencia han llenado nuestros cielos de costa a costa durante décadas con químicos mortales.

¿Cómo podemos esperar que la mayoría de nuestros ciudadanos puedan entender las complicadas maquinaciones del Nuevo Orden Mundial, que están muy bien escondidos dentro del paradigma de izquierda / derecha, cuando la mayoría de nosotros ni siquiera han notado las toxinas aerosoladas que se han convirtiendo nuestros cielos azules en una bruma turbia?

Sin la necesidad de ser capaces de leer o escribir, la evidencia de que el gobierno federal de los EE.UU. es nuestro enemigo está justo delante de nuestros ojos.st2

Y los medios de comunicación controlados? ¿Cuándo se ha oído alguna mención de las estelas químicas en los medios de comunicación?

Cuando los chemtrails discuten en cualquiera de los debates presidenciales?Cuando tiene el New York Times («Todas las noticias que es Fit to Print») que se utiliza la palabra chemtrails excepto para menospreciar a aquellos que han tratado de dar la voz de alarma de las estelas químicas ?

Estas armas de aerosol diabólicos contra la humanidad pasan desapercibidos por el público en general y todos,y no es declarada por los medios corporativos.

Este apagón obvio se ha prolongado durante décadas, a pesar del hecho de que todos los días, la prueba semanal, mensual y anual tangible ha sido derramada por  nuestros jefes y nos dice que hemos sido y están siendo controlados por una fuerza siniestra.

Pero suena con éxito la alarma de clarín sobre chemtrails de una manera mucho más convincente y entretenida que mi perorata anterior en una nueva novela impresionante por su compañero escritor, Cara St. Louis-Farrelly, titulado El ladrón del Sol.

Si bien establecido como una novela, esto básicamentees  verdadera historia es uno de los mejor escritos, narraciones más importantes de este siglo, ni de cualquier otro. La Sra. St. Louis-Farrelly es un escritor verdaderamente magistral, un verdadero humanitario, y un regalo para todos nosotros.

En el género de los libros llamados facción (libros de ficción con tramas arraigadas en hechos), El Ladrón Sol está alto, al igual que la Sra. Cara St. Louis-Farrelly. Su contribución al género del thriller sólo es superada por la importancia de su mensaje –todos estamos bajo constante ataque mortal por nuestros funcionarios gubernamentales elegidos y designados.

¿Qué puede hacer usted, como individuo, para ayudar a remediar esta profunda indignación?

Lea y luego decirle a otros acerca de El Ladrón del Sol-The Sun Thief Review .

Lo que todos ustedes van a encontrar en esta fabulosa novela será poderoso

Pero en primer lugar, asegúrese de que usted y ellos pueden manejar verdades sorprendentes.

© 2014 J. Speer-Williams

Orwell: Nadie toma el poder con la intención de renunciar a él.

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(Media.com Truthstream)

1984 describe la tiranía definitiva por venir. O el futuro retro-pesadilla que podría-haber-sido, si no hubiera sido superado por la realidad. Aldous Huxley – famoso autor, heredero de las discusiones intelectuales de la eugenesia, darwinismo, Fabian socialismo y el cientificismo Humanitario como religión del mundo – hizo sus desacuerdos con su antiguo alumno George Orwell muy claro en un discurso de 1962 en Berkeley , así como en los escritos como Brave Nuevo Mundo: Revisited .

El Estado policial crudo y contundente de Orwell fabrica y mantiene el orden con el dominio psicológico del Gran Hermano siempre vigilante, mediante la utilización de vigilancia de alta tecnología, la edición de la realidad, la propagación de desinformación vertiginosa y gobernar por un puño de hierro.

Para Aldous Huxley, sin embargo, Orwell había perdido el punto. Los nazis y soviéticos eran modelos incompletos del orden mundial emergente. La verdadera tiranía era científica en su enfoque, sofisticado y ligero en su mano maniobrada. La humanidad no se enfrentaría a la opresión desnuda tanto como él se tranquilizaría por productos fáciles de obtener, diseñadas recompensas sociales y el uso de opiáceos literales – fármacos refinados -. «Aprender a amar su servidumbre» para hacer que las masas acepten lo que constituiría la última revolución – la dominación oligárquica administrada por una élite científica y de expertos. Lo que Orwell había descrito sería crudo en comparación con los programas sociales estudiados de impotencia adoctrinados.

Pero Orwell no había perdido el punto del todo (ciertamente no del todo) – comprendió que se trataba de la dominación, no obstante, por un  muy oculto  brazo contundente que estaba detrás del terciopelo de la enguantada mano. El verdadero propósito del socialismo no es el «bien de los demás» [es decir, las masas] pero el control por unos pocos – la élite u oligarquía – de los muchos por un sistema global que les hizo controlable.

Ese sistema es el colectivismo – todos bajo un mosquitero. Colectivismo oligárquico – gobierno por, para y de las megacorporaciones, la elite, y sus agentes y electos.

Orwell escribió en su libro – enterrado en la parcela en el manual del sistema de Gran Hermano, escrito por el archienemigo exiliado y enmarcador original de su sistema de Emmanuel Goldstein.Su libro se titula: «La teoría y la práctica de colectivismo oligárquico».

¿Cuál es el objetivo último de este sistema, en su forma más cruda? Más tarde se responde por O’Brien, como torturas Winston:

«El Partido busca el poder completamente para su propio bien. No estamos interesados ​​en el bien de los demás, estamos interesados ​​únicamente en el poder. No es la riqueza o lujo o de larga vida y felicidad: sólo el poder, el poder puro. ¿Qué poder puro significa que usted va a entender el presente. Somos diferentes de todas las oligarquías del pasado en que sabemos lo que estamos haciendo. Todos los demás, incluso los que se parecían a nosotros, eran cobardes e hipócritas. Los nazis alemanes y los comunistas rusos llegaron muy cerca de nosotros en sus métodos, pero nunca tuvieron el valor de reconocer sus propios motivos. Pretendían, tal vez incluso creían que habían tomado el poder de mala gana y por un tiempo limitado, y que a la vuelta de la esquina yacía un paraíso donde los seres humanos serían libres e iguales. Nosotros no somos así. Sabemos que nadie toma el poder con la intención de renunciar a él. El poder no es un medio, es un fin. Uno no establece una dictadura para salvaguardar una revolución, se hace la revolución para establecer la dictadura

Horror Story: chica judia universitaria estadounidense se convierte en la mujer musulmana de un fundamentalista afgano

Horror Story:  chica judia universitaria estadounidense se convierte en una mujer musulmana de un fundamentalista afgano

Phyllis Chesler-nuevo-libro-an-american-novia-en-un-afgano-harén 22/09/2013

Phyllis Chesler, de 72 años, es una académica feminista y profesora emérita de psicología y estudios de la mujer en la Universidad de la Ciudad de Nueva York. En su 14o libro, «Una novia estadounidense en Kabul» (Palgrave Macmillan) a principios del próximo mes, comparte por primera vez la historia de los cinco meses que pasó, como una joven novia, prisionera en una casa afgana.

NY Post   Es 1959. Yo no tenía más que 18 años cuando mi príncipe – un hombre guapo, extranjero oscuro, occidentalizado que habían viajado al exterior desde  su casa natal en Afganistán – me sedujo.  Nos encontramos en el Bard College, donde estudiaba economía y la política, y yo estaba estudiando literatura por una  beca.

Phyllis Chesler en 1959

Phyllis Chesler en 1959

Ingenua y enamorada, me casé con un hombre de Kabul – sólo para descubrir la horrible vida de una esposa musulmana fundamentalista. Él es el hijo de uno de los fundadores del sistema bancario moderno en Afganistán. Lleva gafas de sol de diseñadores y trajes a medida y durante su visita a la ciudad de Nueva York, se quedó en la Plaza.

También es musulmán. Yo soy judía. Ella se crió en un hogar ortodoxo en Borough Park, Brooklyn, hija de inmigrantes polacos. Mi padre trabajaba de puerta a puerta vendiendo refrescos y agua mineral.

Pero nada de esto importa. Nosotros no hablamos de religión. En cambio, nos quedamos despiertos toda la noche discutiendo sobre cine, ópera y teatro. Somos bohemios.  Hemos compartido  desde hace dos años. Entonces, cuando expreso mi deseo de viajar, me pide que me case con él.

«No hay otro camino para nosotros para viajar juntos en el mundo musulmán», dice.  Como una tonta desconsolada completa, estoy de acuerdo.

Mis padres están indignados e histérica. Me advierten que nada bueno saldrá de esta unión. Yo no sabía entonces lo acertado que sería. Nos casamos en una ceremonia civil en Poughkeepsie sin presencia familiar.

Para nuestra luna de miel, viajamos por Europa con un plan para hacer una parada en Kabul para reunirnos con su familia. Yo no sabía que este sería nuestro destino final.

Chesler y Kareem Abdul-

Chesler y Kareem Abdul-

Cuando aterrizamos, 30 familiares a la espera de nuestra llegada. Entre ellos, no uno, sino tres madres-en-ley. Estoy muy sorprendida , demasiado sorprendida para cuestionar lo que estas tres mujeres pueaen significar para mi futuro.

Me entero de que mi verdadera madre-en-ley, la madre biológica de Abdul-Kareem, es sólo la primera esposa de mi padre-en-ley. Su nombre es Bebugul. Hay abrazos y besos por todas partes. La familia es cálida y acogedora – Trato de olvidarme de la flagrante omisión de mi marido.

Pero antes de que la caravana de  Mercedes-Benz negros pueda salir, un funcionario del aeropuerto exige que yo entregue mi pasaporte americano. Me niego.

Todo el mundo se detiene. Tanto el funcionario y mi marido me aseguran que se trata de una mera formalidad. Pronto se me devolverá , así que a regañadientes renuncié a él .

Nunca veré a mi pasaporte de nuevo.

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Eso significa – que pronto aprendería – que no iba a ser capaz de salir de Afganistán a voluntad. Ahora estoy sujeto a las leyes y costumbres de Afganistán, y como una mujer afgana, que apenas significa con ningún derecho en absoluto.

El padre de mi marido posee un compuesto formado por numerosas casas de estilo europeo, de dos pisos, donde las diferentes familias duermen, con patios, caras alfombras de lana afgana, jardines interiores y terrazas.

Tengo sólo 20 años, y ahora soy un miembro de esta familia, que consta de un patriarca, tres esposas, 21 hijos (que varían en edad desde la infancia hasta los 30 años), dos nietos, por lo menos un hijo-en-ley, una hija-en-ley y un número indeterminado de funcionarios y familiares.

Este es mi nuevo hogar. Mi prisión. Mi harén.

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Nuestra llegada se celebra con un banquete de platos interminables y delicioso. Debido a mi estómago extranjero, los alimentos – kebabs, platos de arroz, yogures, frutos secos – que se cuecen con Crisco en lugar de manteca, una, rancia, mantequilla clarificada maloliente que es amada por los lugareños, pero causa estragos en el estómago de un no-nativo. El olfato de ghee puede hacerte vomitar si no estás acostumbrado a ella.

Abdul-Kareem se llena de vida durante la celebración. Habla Dari (a pesar de que no se puede) y me deja con las otras mujeres.

Estoy preparada para mi servicio de oración musulmana por primera vez. De repente, todos los hombres caen al suelo a cuatro patas, postrándose. Yo nunca había visto a Abdul-Kareem orar antes.

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Cuando me despierto a la mañana siguiente, mi marido se ha ido. Estoy completamente sola. Y voy a pasar toda la mañana y por la tarde que sigue a solas con mi madre-en-ley y parientes femeninos.

A medida que el entusiasmo por nuestra llegada desaparece, también lo hace mi tratamiento especial. Las comidas del hogar están hechas con sólo mantequilla de búfalo. No puedo comer nada de eso. Secretamente  escondo los alimentos enlatados que como  en los breves momentos que me dejan en paz.

Dos semanas después de mi encierro y sólo he dejado el compuesto dos veces – en ambas ocasiones con un calvario de las personas que me custodiaban y observaban. Estoy aburrida, tan aburrida.

Un día, decidí tomar el sol en la terraza privada que colinda con mi habitación.Con un  bikini rosado cubierto de lunares morados. Entonces escucho una fuerte conmoción que suena cuando los hombres se gritan el uno al otro. «¿Qué estás haciendo? Usted ha logrado trastornar a todos en Kabul, «dice mi marido.

Explica que un grupo de trabajadores desde un cuarto de milla de distancia vio a una «mujer desnuda» y no podía concentrarse en el trabajo. Una delegación había descendido sobre nuestra casa para exigir que todas las mujeres, sobre todo yo, estuvieran vestidas apropiadamente.

Empiezo a reír.

«Por favor, por favor, simplemente entrar y ponerte algo», dice. «Los rumores corren aquí rápidamente. Por esta noche, van a estar diciendo a sus amigos que se están tranformando en un burdel. »  Yo hago lo que me dicen.

Más adelante voy a escribir en mi diario: «No tengo ninguna libertad en absoluto. No hay oportunidad de conocer a nadie ni de ir a ninguna parte. Su familia me mira con recelo. ¿Me estoy poniendo paranoica? »  De hecho, no tengo razones para estar paranoica.

Descubro que la madre-en-ley ha dado instrucciones a los empleados para dejar de hervir mi agua potable. Debido a que el sistema de alcantarillado se compone de acequias abiertas que se utilizan como baños públicos y para el agua potable, se puede contraer  la disentería .

Tal vez piensa que ya estoy «bastante afgana» para resistir cualquier y todos los gérmenes. Tal vez ella me quiere muerta.

A continuación, comienza su campaña de conversión. Ella me da alfombras de oración y los rosarios de  oración  y me insta a convertirme al Islam.

Si no lo hago, creo, que  continuará su campaña para enfermarme  y matarme

Al día siguiente ella irrumpe en mi habitación con un criado y confisca mi precioso tesoro de alimentos enlatados.  «Nuestra comida no es lo suficientemente buena para ella – ella come de las latas», dice ella.

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Estoy cautiva, prisionera, ella es  mi carcelero, podría tratarme más decentemente si encuentro formas de complacerla . Esto es difícil para mí al escribir sobre ello  pero lo hice. Repito las palabras: «Hay un solo Dios, Alá, y Mahoma es su profeta».

Ahora soy una musulmana – por lo menos a los ojos de mi madre-en-ley – pero eso no es suficiente para ella. Cuando ella está enojada conmigo, ella me escupe . Ella me llama «Yahud» o «Judao.» Cuando me quejo a mi marido, él me rechaza por ser tan dramática.

Tengo que escapar.

Mirando a ambos lados, salgo sintiéndome como un criminal. Abordo un autobús y observo que todas las mujeres están en la parte trasera del autobús vistiendo burkas. Estoy horrorizada, un poco histérica.

Mientras tanto, todos los ojos están puestos en mí. Estoy sin ni siquiera con un pañuelo en la cabeza o un abrigo. En este país, una cara vista es casi lo mismo que los pechos totalmente al descubierto. Estoy perdida y mareada por el miedo. Mi marido es informado de mi fuga, y me busca y me lleva a casa.

Pero el deseo de huir todavía aunque me regaña.

«He estado aquí durante tres meses y se me ha permitido salir sólo cinco o seis veces,» escribo en mi diario. «¿Es este encarcelamiento significante para domarme,  romperme, enséñame a aceptar mi destino como una mujer afgana?Yo quiero ir a mi casa «.

Abdul-Kareem está harto de mi infelicidad. «Ha comenzado a pegarme», escribo. «Si yo hubiera sabido que algo como esto podría suceder, si hubiera sabido que íbamos a tener que vivir con su madre y hermanos, nunca habría venido aquí.»

Intento una segunda escapada a la embajada de Estados Unidos. Pero una vez que llego, me mantienen  distancia. Sin un pasaporte de EE.UU., ya no tengo ningún derecho como una americana.

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Trato dos veces más para escapar – uno con una vuelta a la embajada de Estados Unidos y otro con la ayuda de un expatriado alemán amistoso. Pero antes de que pueda establecer los planes de acción, caigo enferma de muerte.

Mi temperatura sube a 105 grados, pero no recibo la simpatía de mi familia.Después de días de lucha – y caer en coma, un médico local  se llama. Él me diagnóstica  hepatitis, lo que explica que no hay nada más que pueda hacer.

Este es mi punto más bajo. Me temo que si me muero aquí voy a ser enterrado en un cementerio musulmán, olvidada para siempre.  sigo luchando por mi supervivencia y ruego para ver un médico estadounidense. Mi familia está de acuerdo, pero sólo si estoy bien guardada.

El médico, sin embargo, se las arregla para  estar a solas conmigo por un momento y me dice que debo regresar a los Estados Unidos para el tratamiento. Entonces ordena a una enfermera darme fluidos. Lo siguiente que recuerdo es que alguien tiraba de mi  línea IV.

Es mi madre-en-ley.  me llamo y me rescatado por una hermana-en-ley, que se sienta conmigo toda la noche. Le digo a mi marido sobre el intento de su madre contra mi vida. Él lo descarta.

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Pero ahora se da cuenta de que si sobrevivo a esta enfermedad, voy a dejarlo.Así que se las ingenia una manera de hacer que me quede.

Esa noche, se mete en mi cama cuando estoy con fiebre y enferma y me obliga a tener relaciones . Estoy demasiado débil para defendemse. Él está tratando de impregnarme porque si estoy llevando a su hijo, no se me permitirá salir.  Poco a poco, me recupero. Pero he perdido dos períodos.

Tengo que salir y tiene que ser ahora. Sólo tengo una carta por jugar: la tarjeta real. Tengo que recurrir a mi padre-en-ley, el único que tiene el poder de devolverme a mi casa. Yo enviaré un mensaje a través de un servidor de que me gustaría verlo.

Él llega y casi de inmediato dice: «Creo que será mejor si te vayas con nuestra aprobación con un pasaporte afgano, que he obtenido para ti. Se le ha otorgado una visa de seis meses por razones de salud «.

Debe de haber decidido que no quería que una enferma – o muerta – hija-en-ley que trataba de huir de ellos regrese a  América de esa manera . Quizás él nunca quiso una hija-en-ley americana judía en absoluto.

Él ya tiene el pasaporte en la mano: # 17384. Lo tengo todavía.

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Me siento salvada, me siento honrada. Mi marido irritado se enfurece  y empieza a pegarme e insultarme. Pero me mantengo firme en mi terreno. Incluso cuando subo el primer avión que salga, él todavía cree que, como esposa sumisa  algún día regresaré a él.

Cuando el avión despega, me lleno de la alegría más intensa que mi cuerpo pueda contener. Y cuando finalmente aterriza en suelo estadounidense,  literalmente beso el suelo.

Sufro un aborto involuntario doloroso poco después de mi regreso. Mi cuerpo se tomó esa decisión por mí. Voy corriendo más allá de cualquier angustia, vuelvo a la universidad, a encontrar un trabajo y me aplico a la escuela de posgrado. Dos años después de regresar,  mi matrimonio con Abdul-Kareem fue anulado.

Nunca he contado esta historia en detalle antes, pero sentía que debo hacerlo  ahora.Porque yo oigo a algunos occidentales predicando el relativismo cultural torturado que excusa el maltrato de las mujeres en nombre del Islam. Porque veo el burka en las calles de París y Nueva York, y siento que Afganistán me ha seguido de nuevo a América.

Me llamo a mí misma una feminista – pero no cualquier feminista. Mi tipo de feminismo fue forjado en los fuegos de Afganistán. Allí recibí una educación – una cara, casi mortal una – pero muy valiosa, también.

Yo entiendo de primera mano lo profundo del odio hacia  las mujeres que hay en esa cultura. Veo como endémica la barbarie y la crueldad indígena que muchos otros intelectuales y feministas, tratan de diferenciarla,  yo no intento idealizarla o racionalizarlo.

Salí, y nunca voy a volver.

Adaptado con el permiso de «Una novia estadounidense en Kabul» (Palgrave MacMillan) por Phyllis Chesler, de 01 de octubre El nombre de su marido y su familia se han cambiado. 

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La dinámica de la tiranía

Martes, 17 de septiembre 2013

(Antes de que sea News)

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Stella Morabito * American Thinker

Antes de que George Orwell escribió 1984, hubo Yevgeny Zamiatin, en » Nosotros» . Si usted no está familiarizado con la novela de Zamiatin, usted encontrará que es un extraordinario estudio sobre la dinámica de la tiranía.

Zamiatin, un ruso, escribió «Nosotros» alrededor de 1921. Fue prohibida inmediatamente por la junta de censura soviética, pero fue pasado de contrabando en el extranjero. Durante muchas décadas, las copias del libro fueron muy difíciles de encontrar.

Introduce a  George Orwell.

Después de que se enteró de la existencia de Nosotros, Orwell buscó la traducción en Inglés durante años, sin éxito.En 1945 se las arregló para localizar a una traducción al francés, que leyó y revisó en la edición del 04 de enero 1946 de la London Tribune. (Advertencia: la revisión de Orwell . contiene spoilers importantes para aquellos que quieran leer Nosotros, como una novela de suspenso)

Orwell la compara a Un mundo feliz de Aldous Huxley y especuló que la obra de Huxley «debe derivarse en parte» de We (lo que más tarde negó Huxley.) Las dos novelas a lo largo de 1984 parecen formar un triunvirato clásico de la literatura distópica del siglo 20.

Muchos de nosotros somos   crías que estamos viviendo en una distopía emergente, similar a 1984. La corrección política genera neolengua orwelliana. Un presentador de noticias destroza la existencia de familias «privadas», afirmando que todos los niños «pertenecen a» la colectividad . Un presidente es reelegido con una campaña que promueve la impunidad de una infografía que glorifica descaradamente una política de intromisión del gobierno en nuestras vidas desde el vientre hasta la tumba. Vigilancia e invasiones de la privacidad proliferan. Periodistas suprimen las noticias en lugar de denunciarlas.Tenemos al gobierno por figura de culto. Abundan las justificaciones para la ansiedad.

Sin embargo, la novela de Zamiatin Nos ofrece quizás una imagen aún más instructiva que  1984 o Un mundo feliz , acerca de hacia dónde nos dirigimos. Mientras que 1984 y Un mundo feliz, sirven como espejos del surrealismo político de hoy, aquella funciona más como un microscopio que magnifica con detalle más marcado y más profundo el funcionamiento interno de la gestación y la distopía.

Ocurre a unos 500 años más tarde. El mundo ha pasado por «la guerra 200 años», de la cual 0.2 por ciento de la población sobrevivió después de «la limpieza de miles de años de suciedad.» Lo que queda es un mundo ambientalmente «brillante» en el que el cielo es siempre estéril azul y el «punto cero y dos por ciento ha probado dicha en las murallas de la Un Estado,» la cara «sin las nubes de  la locura del pensamiento.»

Nos describe una sociedad en medio del ser «perfecto.» Los seres humanos son más iguales que nunca, superar su individualismo y su resistencia «irracional» a las fuerzas colectivistas. Experimentan el «Happinesss» de vivir en sincronía dentro de la gran máquina de «The One Estado», gracias a la generosidad de su «Benefactor».

Aquel Estado ha reflexionado: ¿Qué causa exactamente a las personas el  obstruir el progreso hacia la unión perfecta colectivista? Respuesta: la imaginación humana. Así que sus científicos han buscado diligentemente e identificado la ubicación precisa de la imaginación en el cerebro. Ellos son ahora capaces de extirparla quirúrgicamente.

Así que imaginemos (mientras podamos) que todos los ciudadanos deben someterse a esta operación . Ha sido el mandato de promover la paz duradera para toda la colectividad. ¿Cómo resistirse? De acuerdo con el Estado, sólo los «enemigos de la felicidad» se aferran a la supervivencia de su imaginación. La imaginación, se ve, como una grave enfermedad, así como una fuente de incertidumbre que frena el progreso de la colectividad. También obliga a las víctimas a  la «carga de la libertad.»

Los ciudadanos de la novela se llaman «cifras» o «unifs» y llevar una vida totalmente mecanizada. Ningún matrimonio. No a «los niños privados». Sin actividad sexual no autorizada o unracionada. Este tipo de cosas que son las formas no iluminadas de los «los antiguos».

«Guardianes» – la policía e informadores – reforzando la conformidad y  la corrección política y el cumplimiento de las razas y el silencio. Esa es la mecanismo para  apuntalar la «muralla verde», que se encuentra fuera de los límites de aquel Estado y separa a las «cifras» de todas las cosas que aún no son controladas y mecanizadas – incluidas las aves, áreas silvestres, y, por supuesto, las pocas personas con imaginación totalmente intacta que piensan y actuan libremente.

Pero todo lo que se necesita para contraer la Muralla Verde es el contagio del pensamiento libremente hablado.

Nosotros es narrada por un  un matemático con el nombre de D-503. Es esencial para el gobierno como el constructor de la «Integral», una nave espacial con la misión de imponer la forma del propio estado de vida en todos los rincones del universo. A través de D-503,  Zamyatin volcará Nosotros a sus «lectores desconocidos planetarios del futuro», y promete: «Vamos a llegar a usted, para hacer su vida tan  divinamente racional y exacta como la nuestra.»

Pero D-503 detecta algo fuera de lugar, porque siente los vestigios de la imaginación en sí mismo. Él lo describe como un irritante, como un cuerpo extraño en su cerebro. Entre otras cosas, le hace caer en amor con I-330. Es una revolucionaria caliente que hace bromas, bebidas, alcohol y fuma – todas son actividades delictivas. A pesar de lealtad total del D-503 a Aquel Estado,  no se atreve a denunciar a  I-330 a las autoridades. Está completamente enamorado, de algo que él odia. Y, sin embargo. . . que ama. . .

D-503 narra sus entradas del diario 40 mecánicamente, a menudo meandros en anhelos. Él ve a las personas como formas geométricas con rasgos específicos – todos los dientes brillantes o bien  branquias temblorosas o labios gruesos. Esto revela la conciencia de la singularidad de los individuos y las diversas raíces de D-503, a pesar de su afirmación de que todos los sistemas de cifrado son «idénticos».

D-503 y I-330 ofrecen dos caminos divergentes de la humanidad: una infantil y otra con disgusto infantil.

Cuando D-503 describe la influencia de los Guardianes, que le hacen sentir  como un niño pequeño podría, ver el anhelo de ejar  llevarse y siempre acurrucarse  en el hombro de su benefactor: «¡Qué agradable es sentir que alguien está vigilante un ojo cariño que le protege del menor error, desde el más leve paso en falso «.

I-330 propone otra manera, lo que es estar en uno de los dos pies y mirar a la verdad a través de los ojos de un niño, sin filtrar y curiosos. «Los niños son los únicos filósofos valientes», afirma. «Y los filósofos valientes son, inevitablemente, los niños Y de eso se trata -. Siempre hay que pensar como niños con sus lo-que-pasa-nextS.»

De hecho, el propio Zamiatin advirtió – en su ensayo «Sobre la literatura, Revolución, Entropy» – que las sociedades están siempre en medio de un juego de adivinanzas sobre lo que ocurre a continuación. El único baluarte contra la tiranía son las personas que él llama «herejes», los que pueden conectar los puntos y luego visualizar la imagen a los demás.

Al igual que los niños con curiosidades saludables,los  herejes hacen preguntas que son «tan absurdamente ingenuas y tan terriblemente complejas.» Ellos «imprudentemente irrumpieron en hoy del mañana», y tienden a ser exterminados por hacerlo. Pero, al final, Zamiatin insiste: «alguien tiene que hablar heréticamente hoy por el mañana», porque «los herejes son el único remedio (amargo) en contra de la entropía del pensamiento humano.»

En esto radica la lección perdurable de Zamiatin para cada uno de nosotros: los modelos utópicos son origen de  tiranía en la que sólo la obediencia completa – en pensamiento, palabra y obra -se acepta. Un equilibrio entre los derechos individuales y el gobierno no es una opción en ellos. El OneState sólo puede ser sostenido por una búsqueda sin fin de acabar con cualquier atisbo de disidencia – por lo general a través de una combinación de castigo, el vilipendio y burlas que infunde el miedo principal del aislamiento en cualquier disidente potencial. Todos sabemos que los guardianes de la gente son ujier del pensamiento de grupo fuera de ser relatores de la verdad de las etiquetas que emplean para sus  «enemigos» o «sombreros de papel de aluminio» o «fanáticos».

Pero el pequeño sucio secreto de la tiranía (un secreto que podemos saber de manera instintiva, con el miedo a actuar en consecuencia es que las tiranías pueden soportar muy poca resistencia humana. Incluso una expresión desafiante de una persona con la individualidad  infantil de decir la verdad puede crear un efecto dominó que impiden actuar  a las fuerzas del totalitarismo.

La novela nos posiciona como una inimitable tour de force . Una historia con su narración singular que sólo pudo haber sido generada por zamyatin sí mismo, un viejo bolchevique, conocido como un excéntrico, que estaba horrorizado por el totalitarismo y la brutalidad que su militancia marxista había ayudado a producir.

Y ahora Zamyatin misteriosamente nos persigue desde su tumba, nos oferta con esta convocatoria: Pregunta! De forma  persistente y fuerte como un niño, píde respuesta a   la más herética de las preguntas: «¿Qué pasa después?»

 

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Roger Martin du Gard: Romain Rolland

Roger Martin du Gard: Romain Rolland

03 de septiembre 2013

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Ensayos pacifistas, poemas, cuentos y fragmentos literarios

Roger Martin du Gard: Selecciones de la guerra

Romain Rolland: Selecciones de la guerra

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Roger Martin du Gard
Desde el teniente coronel de Maumort (novela inconclusa)
Traducido por Luc Brébion y Timothy Crouse

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Lo que me lleva mucho más cerca de ti es la muerte de Romain Rolland. Emisión de esta noche, espero, nos dan algunos detalles. Que son sin duda tan triste por como soy. Nació en 1866, apenas cuatro años, nuestro anciano. Sin embargo, otro contemporáneo que muere, y un grande. Era joven Darcieux que me llevó a leer sobre la batalla . Usted no estaba todavía en la Sede con nosotros. Diciembre de 1915, creo. Nos acuartelamiento en Béthune. Darcieux había cavado el libro en algún lugar, y él la llevó a la confusión.

Lo vituperios! Todos estaban indignados, asombrados. Mucho más retirado de un Rolland y su estado de ánimo que de hombre de Neanderthal.

Si el autor de Sobre la batalla había recibido un disparo, todos tendrían entusiasmo pidió el honor de comandar el pelotón de fusilamiento … Después de los cuatro primeros meses de la guerra, la llamada de Rolland me pareció como un mensaje personal. Una revelación ! La palabra no es demasiado fuerte.

***

Todo esto para subrayar que, a finales de 1914, cuando por encima de la batalla cayó en mis manos el libro de Rolland no revelan nada en absoluto para mí, sino que se limitó a observar en mí un lector especialmente predispuestos a recibirla. Y si eso significa mucho para mí, no fue porque abrió nuevos horizontes para mí, pero sólo porque confirma, reforzado, dio fin a mis convicciones latentes. ¿Cómo describirlo? Usted no me conoce en el inicio de la guerra. Me encontré en una posición bastante incómoda. La principal colonial que me tenía de ninguna manera ha preparado para que la guerra europea, ni técnica ni, lo que es más importante, moral … Sí, era yo el que quería ser parte de la lucha contra el ejército, y llevó a cabo mi deber como mejor que pude, pero mecánicamente. Mi fervor calmó con las primeras escaramuzas en la frontera belga. Nunca he olvidado mi primer alemán. Yo volvía de una misión, una mañana al amanecer. De repente, un centenar de metros fuera, vi cinco o seis Uhlans de patrulla que se movilizaban hacia nosotros en la carretera desierta, cantando. Para evitar un encuentro y mantenerlos a una distancia por un momento, salté del coche y, mientras mi conductor rápidamente se hizo un cambio de sentido, cogí mi carabina y ponerse a cubierto detrás de uno de los árboles al lado de la carretera , disparó. Vi a uno de los pilotos hacían todo en su silla y la caída de su caballo en una depresión, mientras que los otros diseminados por la llanura al galope. Dos horas más tarde estábamos de regreso en la sede. No le dije a nadie sobre el incidente, pero durante varios días seguidos, me quedé pensando en ese joven a quien había disparado como un ave de caza. No, yo no me atrevía a considerar que la guerra … entre hermanos, por ser muy justificada. Luché sin creer en ella, sin gustarle. Se puede adivinar el eco que la voz de Romain Rolland despertó en mí!

***

Ya en 1915, el superpatriotas acusaban Rolland de negarse a tomar una posición en la disputa entre los franceses y los alemanes, y algunos incluso lo culpó por haberse atrevido a publicar, en medio de una guerra, una apología de los enemigos. Nada podría ser menos cierto, sin embargo, o más injusto. Si Rolland sale de su manera de distinguir las responsabilidades de cada parte justa de lo que le pareció un conflicto fratricida, su libro, sin embargo, sigue siendo una acusación dolorosa, pero muy alejado de la megalomanía de Pan-Germanisn y los malos hábitos dañinos del militarismo prusiano.

… Los acontecimientos han llegado muy lejos desde 1915! Nunca la brecha entre el pasado inmediato y el presente estado tan repentina, tan general, tan marcada. Sin embargo, el lenguaje como lo siguiente – que se presta tanta dignidad a la abertura de la Presentación – me afecta de la misma manera que lo hizo hace mucho tiempo: «Un gran país acosado por la guerra tiene no sólo sus fronteras que defender, sino también su razón. Debe ser salvado de las alucinaciones, las injusticias, las estupideces desatadas por el flagelo. A cada uno su deber: los ejércitos de velar por el suelo de la patria, a los intelectuales, la de defender el pensamiento … Algún día, la historia hará un ajuste de cuentas de cada uno de los países en guerra, sino que tendrá un peso de hasta la suma de sus errores , mentiras y lleno de odio locura. Esforcémonos para asegurarse de que, en sus ojos, la nuestra será ligera «.

***

La mediocridad, incluso una cierta bajeza, se ha extendido como una mancha aceitosa, laxamente tolerado en el cansancio generalizado. En todos los dominios, virtudes espirituales están en declive, débil, poco apreciado, y sin embargo, nunca han estado más indispensable para la celebración en jaque a las fuerzas del mal – la violencia, el dinero – que triunfan abiertamente y desviar la humanidad, no sólo de un esfuerzo considerado para recuperar su equilibrio , sino también de un concepto válido en el futuro.

Basta con mirar lo que está sucediendo aquí. En nuestra Francia, todavía recuperándose de sus heridas, empobrecido hasta el punto de la miseria, de hambre, saqueado, tambaleándose, con las humillaciones que no son lavados en un día, no te fue, en cualquier parte, los signos de que la grandeza moral, que la fuerza del alma , que el deseo del paciente y valiente para la salvación que debemos tener si queremos salir de nuestra actual caos? ¿Y cuántos países del mundo, ¿cuántas ruinas, aterrorizados, las poblaciones esclavizadas encuentran incluso más bajos que nosotros? Para salir de este estancamiento generalizado, necesitaríamos guías, «profetas»: las llamadas de las personas de mi edad Éric tío llamados «los grandes mediadores,» los Emerson, los Erasmuses, etc, tendría que ser oído en la tierra.

Román Rolland pudo haber sido un ejemplo. Demasiado tarde: ya no está aquí para restaurar una vez más, a los que han perdido, su fe en el hombre. ¿Quién se levantará en su lugar para defender y salvar a la fundamental – y en serio peligro de extinción – los valores de la civilización espiritual para que, durante medio siglo, por lo que luchó tenazmente?

***

No importa lo mucho que lo miro, no veo a nadie que pudiera reclamar los derechos de pensamiento independiente, con la misma nobleza y autoridad, con el mismo prestigio de una vida dedicada a causas puros. Hasta ayer, sólo por su presencia entre nosotros, Romain Rolland dio testimonio de que la conciencia humana, como lo había sido moldeado por siglos de cultura moral, no había fracasado en nuestros desastres. Y eso, más que nada, me aflige sobre su muerte.

Una fascinante carta del escritor inglés George Orwell, «Hitler pronto desaparecerá, pero solo a costa de fortalecer a: 1) Stalin 2) los millonarios americanos e ingleses y 3) todo tipo de pequeños ‘fuhrers’ al estilo de De Gaulle».

Una fascinante carta del escritor inglés George Orwell, en la que explica la tesis principal de su aclamada novela ‘1984’ dos años antes de escribirla, ha sido publicada como parte del libro ‘George Orwell: Una vida en cartas’.

© wikipedia.org / flickr.com

Esta es una selección de algunos de los apartes más interesantes de la epístola. La versión completa de la carta la puede leer aquí.

«Me temo que, desgraciadamente, el totalitarismo está creciendo en el mundo», dictamina el visionario escritor, quien más adelante señala que «Hitler pronto desaparecerá, pero solo a costa de fortalecer a: 1) Stalin 2) los millonarios americanos e ingleses y 3) todo tipo de pequeños ‘fuhrers’ al estilo de De Gaulle».

«En el mundo que veo venir, en el que dos o tres superpoderes controlarán el mundo, dos más dos será igual a cinco si el ‘fuhrer’ de turno así lo desea».

En su novela ‘1984’, Orwell retrata la historia de un Londres futurista, en un estado totalitario, donde las personas han perdido toda su intimidad, sus pensamientos y sentimientos, y se encuentran dominados y controlados bajo la vigilancia constante de la figura divina del Gran Hermano, que lo ve, lo escucha y lo sabe todo. Nadie puede escapar de su obligatoria tutela, ni siquiera Winston Smith, el protagonista de la novela.

«La mayor parte de la élite intelectual inglesa se opone a Hitler, pero solo a cambio de apoyar a Stalin. La mayoría de ellos apoyan métodos dictatoriales, policías secretas y la sistemática falsificación de la Historia siempre que beneficie ‘a los nuestros'».

«Pero si uno proclama que ‘todo es por una buena causa’ y no reconoce los síntomas siniestros, en realidad solo está ayudando a fortalecer el totalitarismo».

Al momento de escribir esta carta, Orwell se encontraba en su casa del barrio londinense de Mortimer Crescent el 18 de mayo de 1944. Dos semanas después, un misil V-1 alemán impactó esa zona, afectando varias edificaciones.

«Mientras escribo esto, seres humanos muy civilizados vuelan sobre mi cabeza tratando de matarme».

«Ellos no sienten ninguna enemistad hacia mí como individuo. Yo tampoco hacia ellos. Solo están ‘haciendo su tarea’, como dice el proverbio. La mayoría de ellos, no tengo ninguna duda, son buena gente y jamás cometerían un asesinato en su vida privada. Por otro lado, si alguno consigue matarme hoy, tampoco tendrá ninguna pesadilla. ‘Están sirviendo a su país’ y eso parece que les absuelve de todo mal».

ELIZABETH KÜBLER-ROSS – La rueda de la vida –

25 ¿HAY ALGO DESPUÉS DE LA VIDA?

En nuestras investigaciones, el reverendo Gaines y yo mantuvimos las distancias entre nosotros. Í4o, no había ningún malentendido, simplemente acordamos no comparar nuestras observaciones hasta que cada uno tuviera veinte casos. Peinamos los pasillos cada uno por su lado. También buscamos fuera del hospital. Hicimos averiguaciones y seguimos las pistas para encontrar enfermos que se ajustaran a nuestros requisitos. Nos limitábamos a pedirles que nos contaran lo que les había ocurrido o lo que habían sentido. Todos estaban tan deseosos de encontrar a alguien interesado en escucharlos, que sus relatos brotaban a raudales.

Cuando finalmente comparamos nuestras notas, nos quedamos atónitos, a la vez que tremendamente entusiasmados, por el material recogido. «Sí, vi a mi padre tan claro como la luz del día», me dijo un paciente. Otra persona le dio las gracias al reverendo Gaines por hacerle la pregunta: «Me alegra tanto poder hablar de eso con alguien. Todas las personas a las que se lo he contado me han tratado como si estuviera loco, y todo fue tan agradable y apacible…» «Volví a ver», contó una mujer que había quedado ciega en un accidente. Pero cuando la reanimaron, perdió nuevamente la vista.

Eso ocurrió mucho antes de que nadie hubiera escrito algo sobre las experiencias de muerte clínica temporal o de la vida después de la muerte; por lo tanto sabíamos que el público en general acogería nuestros hallazgos con escepticismo y franca incredulidad, y quedaríamos en ridículo. Pero hubo un caso que me convenció. Una niña de doce años me dijo que no le había contado la experiencia a su madre. La experiencia fue tan agradable que no tenía ningún deseo de volver de allí. «No quiero contarle a mi madre que existe un hogar más agradable que el nuestro», explicó.

Finalmente le relató a su padre todos los detalles, incluso que su hermano la había abrazado con mucho cariño. Eso sorprendió al padre, que reconoció que en realidad habían tenido otro hijo, de cuya existencia la niña no tenía idea hasta ese momento. El niño había muerto unos meses antes de que ella naciera.

Mientras el reverendo y yo pensábamos qué hacer con nuestros descubrimientos, nuestras vidas siguieron avanzando en direcciones diferentes. Los dos habíamos estado buscando puestos fuera del ambiente sofocante del hospital. El reverendo Gaines se marchó primero. A comienzos de 1970 se hizo cargo de una iglesia de Urbana; también adoptó el nombre africano de Mwalimu Imara. Todo ese tiempo yo había albergado la esperanza de ser yo quien me marchara primero, pero mientras eso no ocurriera tenía que continuar con los seminarios.

Estos no resultaban tan bien sin mi socio, que era un fuera de serie. Lo reemplazó su antiguo jefe, el pastor N. Pero era tal la falta de química entre nosotros dos que un alumno creyó erróneamente que él era el médico y yo la consejera espiritual. Vamos, un desastre.

Yo seguía preparándome para dejar ese trabajo, y finalmente llegó el viernes en que había decidido impartir el último seminario sobre «La muerte y el morir» de mi carrera. Siempre he sido propensa a los extremos. Después del seminario, me acerqué al pastor N., sin saber muy bien cómo decirle que renunciaba. Nos detuvimos ante el ascensor, hablando del seminario que acababa de terminar y de otros asuntos. Cuando él pulsó el botón para llamar el ascensor, decidí aprovechar ese momento para dimitir, antes de que él entrara en el ascensor. Pero ya era demasiado tarde, pues se habían abierto las puertas.

Yo me disponía a hablar, cuando repentinamente apareció una mujer entre el ascensor y la espalda del pastor N. Me quedé con la boca abierta. La mujer estaba flotando en el aire, casi transparente, y me sonreía como si nos conociéramos.

– ¡Dios santo! ¿Quién es? —exclamé extrañada.

El pastor N. no tenía idea de lo que ocurría. A juzgar por su expresión, debía de pensar que me estaba volviendo loca.

Creo que la conozco —dije—. Me está mirando.

¿Qué? —preguntó él. Miró a su alrededor y no vio nada—. ¿De qué está hablando?

Está esperando que usted entre en el ascensor, entonces se me acercará —le expliqué.

Seguramente durante todo ese rato el pastor había estado deseando huir, porque saltó dentro del ascensor como si se tratara de una red de seguridad. Y en cuanto se hubieron cerrado las puertas, la mujer, la aparición, se acercó a mí.

– Doctora Ross, he tenido que volver —me dijo—. ¿Le importaría si fuéramos a su despacho? Sólo necesito unos minutos.

Mi despacho estaba sólo a unos cuantos metros, pero fue la caminata más rara y perturbadora que había hecho en mi vida. ¿Estaría experimentando un episodio psicótico? Había estado algo estresada, sí, pero no tanto como para ver fantasmas, y mucho menos un fantasma que se detuvo ante mi despacho, abrió la puerta y me hizo pasar primero como si yo fuera la visita. Pero en cuanto cerró la puerta, la reconocí. —¡Señora Schwartz!

¿Señora Schwartz? La señora Schwartz había muerto hacía diez meses y estaba enterrada. Sin embargo, allí estaba, en mi despacho, a mi lado. Era la misma de siempre, afable y reposada, aunque algo preocupada. Mi estado de ánimo era bastante diferente, tanto que tuve que sentarme para no desmayarme.

– Doctora Ross, he tenido que volver por dos motivos —me dijo claramente—. El primero, para agradecerles a usted y al reverendo Gaines todo lo que han hecho por mí.

Yo toqué mi pluma, los papeles y la taza de café para comprobar si eran reales. Sí, eran tan reales como el sonido de su voz.

Pero el segundo motivo ha sido para decirle que no renuncie a su trabajo sobre la muerte y la forma de morir. Todavía no.

La señora Schwartz se aproximó al costado de mi escritorio y me dirigió una sonrisa radiante. Eso me dio un momento para pensar. ¿Era éste un suceso real? ¿Cómo sabía que yo pensaba renunciar?

– ¿Me oye? Su trabajo acaba de empezar —continuó—. Nosotros le ayudaremos.

Aunque me resultaba difícil creer que eso estuviera ocurriendo, no pude evitar decirle: —Sí, la oigo.

De pronto presentí que ella ya conocía mis pensamientos y todo lo que iba a decirle. Decidí pedirle una prueba de que estaba realmente allí; le pasé una hoja de papel y una pluma y le pedí que escribiera una breve nota para el reverendo Gaines. Ella escribió unas palabras de agradecimiento.

– ¿Está satisfecha ahora? —me preguntó.

Francamente, yo no sabía qué era lo que sentía. Pasado un momento la señora Schwartz desapareció. Salí a buscarla por todas partes; no encontré nada. Volví corriendo a mi despacho y estudié detenidamente la nota, tocando el papel, analizando la letra, etcétera. Pero entonces me detuve. ¿Por qué dudarlo? ¿Para qué continuar haciéndome preguntas?

Como he comprendido desde entonces, si la persona no está preparada para las experiencias místicas, nunca va a creer en ellas. Pero si está receptiva, abierta, entonces no sólo las tiene y cree en ellas, sino que alguien puede cogerla y suspenderla en el aire con un pulgar y va a saber que ese alguien es absolutamente real. \

De pronto, lo último que deseaba en el mundo era dejar mi trabajo. Si bien a los pocos meses abandoné el hospital, esa noche me fui a casa llena de energía y entusiasmada ante el futuro. Sabía que la señora Schwartz me había impedido cometer un terrible error. Le envié su nota a Mwalimu, y todavía la tiene, que yo sepa. Durante muchísimo tiempo, él continuó siendo la única persona a quien le había contado lo de ese encuentro. Manny me habría regañado como todos los demás médicos. Pero Mwalimu era diferente.

Nos elevamos a otro plano. Hasta ese momento habíamos intentado definir la muerte, pero desde entonces nos dedicamos a mirar más allá, hacia una vida futura. Acordamos continuar entrevistando a pacientes y acumulando información sobre la vida después de la muerte. Después de todo, se lo había prometido a la señora Schwartz.

ELIZABETH KÜBLER-ROSS – La rueda de la vida –

24. LA SEÑORA SCHWARTZ.

Todo cambió con los milagrosos adelantos de la medicina. Los médicos prolongaban vidas mediante trasplantes de corazón y riñon y potentes medicamentos nuevos. Nuevos instrumentos servían para diagnosticar precozmente las dolencias. Pacientes cuyas enfermedades se habrían considerado incurables el año anterior tenían una segunda oportunidad de vivir. Era gratificante, emocionante. Pero también creó problemas, porque la gente se engañó con la ilusión de que la medicina podía arreglarlo todo. Se presentaron dilemas éticos, morales, legales y económicos no previstos. Vi que ciertos médicos, antes de tomar una decisión, consultaban con compañías de seguros, no con otros médicos.

Esto sólo va a empeorar — le comenté al reverendo Gaines.

Pero no hacía falta ser un genio para hacer ese pronóstico. Las señales eran evidentes. El hospital había tenido que hacer frente a varios pleitos, algo que estaba ocurriendo con mayor frecuencia que nunca. La medicina estaba cambiando. Daba la impresión de que habría que reescribir las normas éticas.

– Ojalá las cosas fueran como antes —contestó el reverendo.

Mi solución era diferente:

El verdadero problema es que no tenemos una auténtica definición de la muerte.

Desde la época de los hombres de las cavernas, nadie había logrado encontrar una definición exacta de la muerte. Yo me preguntaba qué les ocurría a mis hermosos enfermos, personas como Eva, que podían decir tantas cosas un día y al día siguiente ya no estaban. Muy pronto el reverendo Gaines y yo comenzamos a formular la pregunta a grupos formados por alumnos de medicina y teología, médicos, rabinos y sacerdotes: «¿Adonde se va la vida? Si no está aquí, ¿dónde está?»

Comencé a intentar definir la muerte. Me abrí a todas las posibilidades, incluso a algunas de las tonterías que decían mis hijos en la mesa. Jamás les oculté en qué consistía mi trabajo, lo cual nos era útil a todos. Contemplando a Kenneth y Barbara llegué a la conclusión de que el nacimiento y la muerte son experiencias similares, cada una el inicio de un viaje. Pero después llegaría a la conclusión de que la muerte es la más agradable de esas dos experiencias, mucho más apacible. Nuestro mundo estaba lleno de nazis, sida, cáncer y cosas de ésas.

Observé que, poco antes de morir, los enfermos se relajaban, incluso los que se habían rebelado contra la muerte. Otros, al acercarse su final, parecían tener experiencias muy claras con seres queridos ya muertos, y hablaban con personas a las que yo no veía. Prácticamente en todos los casos, la muerte venía precedida por una singular serenidad.

¿Y después? Ésa era la pregunta que quería contestar.

Sólo podía juzgar basándome en mis observaciones. Y una vez que morían, yo no sentía nada. Ya no estaban. Un día podía hablar y tocar a una persona y a la mañana siguiente ya no estaba ahí. Estaba su cuerpo, sí, pero era como tocar un trozo de madera. Faltaba algo, algo físico. La vida.

«Pero ¿en qué forma se va la vida? —seguía preguntando—. ¿Y adonde se va, si es que se va a alguna parte? ¿Qué experimenta la persona en el momento de morir?»

En cierto momento mis pensamientos volvieron a mi viaje a Maidanek, veinticinco años atrás. Allí recorrí las barracas donde hombres, mujeres y niños habían pasado sus últimas noches antes de morir en la cámara de gas. Recordé la impresión y asombro que me causaron las mariposas dibujadas en las paredes, y mi pregunta: «¿Por qué mariposas?»

Entonces, en un relámpago de claridad, lo supe. Esos prisioneros eran como mis moribundos; sabían lo que les iba a ocurrir. Sabían que pronto se convertirían en mariposas. Una vez muertos, abandonarían ese lugar infernal, ya no serían torturados, no estarían separados de sus familiares, no serían enviados a cámaras de gas. Ya no importaría nada de esa horripilante vida. Pronto saldrían de sus cuerpos como sale la mariposa de su capullo. Comprendí que ése era el mensaje que quisieron dejar para las generaciones venideras.

Esa revelación me aportó las imágenes que emplearía durante el resto de mi carrera para explicar el proceso de la muerte y el morir. Pero de todas formas deseaba saber más. Un día acudí a mi amigo el pastor protestante:

– Vosotros siempre andáis diciendo «Pedid y recibiréis». Bueno, ahora te pido que me ayudes a investigar la muerte.

Él no tenía ninguna respuesta preparada, pero los dos creíamos que una pregunta correcta obtiene por lo general una buena respuesta.

A la semana siguiente una enfermera me habló de una mujer que según ella podría ser una buena candida-ta para la entrevista. La señora Schwartz, mujer increíblemente resistente y resuelta, había estado muchas veces en la UCI; cada vez todos suponían que se iba a morir, y cada vez sobrevivía. Las enfermeras la miraban con una mezcla de miedo y respeto.

Creo que es un poco rara —me comentó la enfermera—. Me asusta.

No había nada atemorizador en la señora Schwartz cuando la entrevisté para el seminario sobre la muerte y la forma de morir. Explicó que su marido era esquizofrénico, y que cada vez que sufría los ataques psicóticos atacaba a su hijo de diecisiete años. Ella creía que si se moría antes de que su hijo fuera mayor de edad, éste correría peligro. Al ser su marido el único tutor legal del chico, era imposible saber qué haría cuando perdiera el control.

Por eso no me puedo morir —explicó. Al conocer sus preocupaciones, busqué un abogado de la Sociedad de Ayuda Jurídica, que hizo los trámites para que la custodia del chico pasara a un pariente más sano y digno de confianza. Aliviada, la señora Schwartz se fue una vez más del hospital, agradecida por poder vivir en paz el tiempo que le quedara de vida. La verdad es que yo no esperaba volverla a ver.

Pero no había transcurrido un año cuando llamó a la puerta de mi despacho. Venía a suplicarme que la dejara volver al seminario. Me negué. Mi norma era no repetir los casos. Los alumnos tenían que poder hablar con personas totalmente desconocidas sobre los temas más tabúes.

Justamente por eso necesito hablar con ellos —insistió. Después de un instante de silencio, añadió—: Y con usted.

A la semana siguiente, de mala gana puse a la señora Schwartz delante de un nuevo grupo de alumnos. Al principio contó la misma historia que había contado antes. Afortunadamente, la mayoría de los alumnos no la habían oído. Fastidiada conmigo misma por haberle permitido volver, la interrumpí:

¿Qué era eso tan urgente que la ha hecho volver a mi seminario?

No necesitó más estímulo. Fue directa al grano y nos contó lo que resultó ser la primera experiencia de muerte clínica temporal de que teníamos noticia, aunque no la llamamos así.

El incidente ocurrió en Indiana. Habiendo sufrido una hemorragia interna, la llevaron de urgencia al hospital y la pusieron en una habitación particular, donde declararon que su situación era «crítica» y que estaba demasiado grave para trasladarla a Chicago. Creyó que esta vez estaba cerca de la muerte, pero no se decidía a llamar a una enfermera, pues había pasado ya demasiadas veces por esa terrible prueba entre la vida y la muerte. Ya que su hijo estaba bien protegido, tal vez pudiera morirse.

Fue muy franca. Una parte de ella quería marcharse, pero otra parte quería sobrevivir hasta la mayoría de edad de su hijo.

Mientras pensaba qué hacer, entró una enfermera en la habitación, la miró y salió sin decir palabra. Según la señora Schwartz, en ese preciso momento salió de su cuerpo físico y flotó hacia el techo. Entonces entró a toda prisa un equipo de reanimación y empezó a trabajar frenéticamente para salvarla.

Todo esto mientras ella observaba desde arriba. Lo veía todo, hasta los más mínimos detalles. Oía lo que decían, incluso percibía lo que estaban pensando. Lo notable era que no sentía ningún dolor, miedo ni angustia por estar fuera de su cuerpo. Sólo sentía una enorme curiosidad y le sorprendía que no la oyeran. Varias veces les pidió que dejaran de emplear esos métodos heroicos para salvarla asegurándoles que estaba bien.

Pero no me oían.

Finalmente bajó y tocó a uno de los médicos residentes, pero vio sorprendida que su bruzo pasaba a través del brazo de él. En ese momento, tan frustrada como los médicos, renunció a decirles nada.

Entonces perdí el conocimiento —explicó.

Pasados cuarenta y cinco minutos, lo último que observó fue que los médicos la cubrían con una sábana y la declaraban muerta, mientras uno de los residentes, nervioso y en actitud derrotada, contaba chistes. Pero cuando tres horas después entró una enfermera a la habitación a sacar el cuerpo, se encontró con que la señora Schwartz estaba viva.

Todos los presentes en el auditorio escucharon fascinados esta increíble historia. Tan pronto acabó el relato, cada uno se volvió hacia su vecino tratando de decidir si debían creer o no lo que acababan de oír. Al fin y al cabo, la mayoría de los asistentes eran científicos y se preguntaban si no estaría loca. La señora Schwartz tenía la misma sospecha. Le pregunté por qué había querido contarnos su experiencia y ella me preguntó a su vez:

¿Estoy loca yo también?

No, ciertamente no. Yo ya la conocía lo suficiente para saber que estaba muy cuerda y decía la verdad. Pero ella no estaba tan segura de eso y necesitaba que se lo confirmaran. Antes de que la llevara a su habitación volvió a preguntarme:

¿Cree que fue un trastorno de la mente?

Por el tono de su voz advertí que estaba angustiada; yo tenía prisa por reanudar la sesión, de modo que le contesté:

Yo, doctora Elisabeth Kübler-Ross, puedo atestiguar que ni ahora ni nunca ha estado trastornada.

Al oír eso ella reclinó la cabeza en la almohada y se relajó. Entonces no me cupo la menor duda que no tenía nada de loca. Tenía todos los cables intactos.

En la conversación que siguió, los alumnos me preguntaron por qué yo había simulado creer a la señora Schwartz en lugar de reconocer que todo eso eran puras alucinaciones. Sorprendida, comprobé que no había ni una sola persona en la sala que creyera que la experiencia de la señora Schwartz hubiera sido real, que en el momento de la muerte los seres humanos tienen percepción, que todavía son capaces de hacer observaciones, de tener pensamientos, que no sienten dolor y que todo eso no tiene nada de psicopatológico.

– ¿Entonces cómo lo llama? —me preguntó otro alumno.

Yo no tenía ninguna respuesta a mano, lo cual irritó a los alumnos, pero les expliqué que todavía hay muchas cosas que no sabemos ni entendemos, aunque eso no significa que no existan.

Si en este momento yo tocara un silbato para perros, ninguno de nosotros lo oiría, pero los perros sí. ¿Significa eso que ese sonido no existe?

¿Era posible que la señora Schwartz hubiera estado en una longitud de onda diferente a la del resto de nosotros?

¿Cómo pudo repetir el chiste que hizo uno de los médicos? —pregunté—. ¿Cómo explicamos eso?

El mero hecho de que no hubiéramos visto lo que ella vio no descartaba la realidad de su visión.

En el futuro se presentarían preguntas más difíciles, pero por el momento me protegí explicando que la señora Schwartz había tenido un motivo para venir a nuestro seminario. Como ningún alumno habría podido descubrir ese motivo, les dije que se trataba de una preocupación puramente maternal. Además, ella sabía que el seminario se grababa y que contaba con ochenta testigos.

– Si se hubiera declarado su experiencia un producto de un delirio mental, entonces las disposiciones acordadas para la custodia de su hijo podrían ser anuladas —expliqué—. Su marido recuperaría la custodia del chico y ella no podría tener paz mental. ¿Está loca? Ciertamente no.

La historia de la señora Schwartz me acosó durante semanas, porque yo sabía que lo que le había ocurrido no podía ser una experiencia única. Si una persona que estuvo muerta era capaz de recordar algo tan extraordinario como los esfuerzos de los médicos por revivirla después de que perdiera las constantes vitales, entonces era probable que otras personas también pudieran recordarlo. Así pues, de la noche a la mañana, el reverendo Gaines y yo nos convertimos en detectives. Nuestra intención era entrevistar a veinte personas que hubieran sido reanimadas después de que la falta de signos vitales indicara que habían muerto. Si mi corazonada era correcta, pronto abriríamos la puerta a una faceta totalmente nueva de la condición humana, todo un conocimiento nuevo de la vida.

ELIZABETH KÜBLER-ROSS – La rueda de la vida –

20. ALMA Y CORAZÓN.

 

En mi constante búsqueda de pacientes para entrevistar en los seminarios de los viernes, adquirí la costumbre de merodear por los corredores cada noche antes de irme a casa. Eran muy pocos los colegas dispuestos a ayudarme. En casa, Manny escuchaba mis frustrados comentarios hasta que al llegar a un punto perdía la paciencia; él tenía su propio trabajo. Muchas veces me sentía el ser más solitario de todo el hospital, tan sola que una noche entré en el despacho del capellán.

No podía haber hecho nada mejor. El capellán del hospital, el reverendo Renford Games, estaba sentado ante su escritorio. Era un negro alto y guapo de unos treinta y cinco años. Sus movimientos, como su modo de hablar, eran lentos y reflexivos. Lo conocía bien porque asistía regularmente a mis seminarios y era uno de los participantes más interesados. Lógicamente, encontraba que los conocimientos que adquiría allí le servían para aconsejar a los moribundos y a sus familiares.

Esa noche el reverendo Gaines y yo estábamos en la misma onda. Acordamos que hablar de la muerte y la forma de morir nos enseñaba que los verdaderos interrogantes que se planteaban la mayoría de los moribundos tenían más que ver con la vida que con la muerte. Deseaban sinceridad, cercanía y paz. Eso recalcaba que la forma de morir de una persona dependía de cómo vivía. Abarcaba los dominios prácticos y filosóficos, psíquicos y espirituales, es decir, los dos mundos que ambos ocupábamos.

Durante unas semanas pasamos horas inmersos en conversaciones, lo que normalmente me impedía llegar a casa a preparar la cena a una hora razonable. Pero ambos nos estimulábamos y enseñábamos mutuamente. Para una persona como yo, formada en las razones de la ciencia, el mundo espiritual del reverendo Gaines era alimento intelectual que yo devoraba. Generalmente evitaba tocar temas espirituales en mis seminarios y conversaciones con enfermos, debido a que yo era psiquiatra. Pero el interés del reverendo Gaines en mi trabajo me ofrecía una oportunidad única. Con sus conocimientos pude extender la esfera de mi trabajo para incluir la religión.

Durante una de nuestras conversaciones le pedí a mi nuevo amigo y aliado que se convirtiera en mi socio. Afortunadamente aceptó. Desde ese momento me acompañaba en mis visitas a los enfermos terminales y me ayudaba durante los seminarios. En cuanto a estilo, nos complementábamos perfectamente. Yo preguntaba lo que pasaba en el interior de la cabeza del enfermo, y el reverendo Gaines preguntaba por su alma. Nuestro paso de uno a otro tema tenía el ritmo de una partida de pimpón. Los seminarios adquirieron todavía más sentido.

Los demás también opinaban lo mismo, sobre todo los propios pacientes. Sólo uno entre doscientos pacientes se negó a hablar de los problemas resultantes de su enfermedad. Puede que resulte extraño que se mostraran tan bien dispuestos, pero explicaré el caso de la primera paciente que el reverendo Gaines y yo presentamos juntos. La señora G., de edad madura, llevaba meses enferma de cáncer, y durante su estancia en el hospital procuró que todo el mundo, desde sus familiares a las enfermeras, sufrieran con ella. Pero después de varias semanas de conversar con ella, el reverendo Gaines le calmó la ira haciendo que mejoraran sus relaciones con los demás y que hablara con el corazón en la mano, de modo que disfrutara de la compañía de las personas a las que quería. Y estas personas a su vez le devolvían su afecto.

Cuando participó en nuestro seminario, la señora G. estaba muy débil pero también moralmente transformada. «Jamás había vivido tanto en toda mi vida adulta», reconoció.

El voto de confianza más inesperado llegó a comienzos de 1969. Después de más de tres años de dirigir mis seminarios, recibí a una delegación del Seminario Luterano de Chicago, que estaba muy cerca del hospital. Yo me imaginé que sostendríamos un acalorado debate. Pero resultó que venían a pedirme que trabajara en su facultad. Como era de esperar, yo traté de esquivar la tarea aduciendo todo tipo de argumentos para demostrar que yo no les convenía, entre ellos mi aversión a la religión. Pero ellos insistieron.

No le pedimos que enseñe teología —me explicaron—. Nosotros ya nos ocupamos de eso. Pero creemos que usted puede enseñarnos qué significa un verdadero ministerio en la práctica.

Era difícil disentir de ello, ya que mi opinión personal era que convenía que el profesor hablara en lenguaje no teológico acerca del trato con los moribundos. Con la excepción del reverendo Gaines y de los estudiantes de teología, mis experiencias con pastores de la Iglesia habían sido malísimas. Durante años la mayoría de los pacientes que pedían hablar con el capellán del hospital quedaban decepcionados. «Lo único que quieren es leer en su librito negro», era el comentario que yo escuchaba una y otra vez. En efecto, el capellán se limitaba a eludir hábilmente las preguntas importantes reemplazando la respuesta por alguna cita de la Biblia y apresurándose a salir sin saber qué más hacer.

Esa actitud hacía más daño que bien. Esto lo ilustra muy bien la historia de un niña de doce años llamada Liz. La conocí varios años después, pero de todos modos viene al caso. Cuando se estaba muriendo de cáncer, la enviaron a casa, donde yo ayudaba a sus padres y tres hermanos a enfrentarse a las diversas dificultades que presentaba el lento deterioro de la niña. Al final, la chica, convertida ya en un esqueleto con un enorme vientre lleno de tumores cancerosos, sabía la realidad de su estado, pero de todas formas se negaba a morir.

¿Cómo es que no te puedes morir? —le pregunté un día.

Porque no me puedo ir al cielo —me contestó llorosa—. Los curas y las hermanas me dijeron que nadie se puede ir al cielo si no ama a Dios más que a nadie en el mundo entero. —Sus sollozos arreciaron y se me acercó más—. Doctora Ross, yo quiero a mi mamá y a mi papá más que a nadie en el mundo entero.

A punto de echarme a llorar yo también, le hablé de por qué Dios le había asignado esa difícil tarea: era igual que cuando los profesores dan los problemas más difíciles sólo a los mejores alumnos. Ella lo entendió.

Pues Dios no podría haberle dado una tarea más difícil a ningún niño —comentó.

Eso fue útil, y a los pocos días Liz fue capaz finalmente de marcharse. Pero ése era el tipo de caso que me hacía odiar la religión.

De todos modos, los luteranos me persuadieron, y acepté el trabajo docente. Mi primera charla, que tuvo lugar sólo dos semanas después de esa reunión, la di en una sala atiborrada de gente. A fin de hacerles saber claramente mi opinión sobre la religión, comencé poniendo en tela de juicio su concepto del pecado.

Aparte de provocar culpabilidad y miedo, ¿para qué sirve? No hace otra cosa que dar trabajo a los psiquiatras —añadí riendo, para que supieran que también estaba representando el papel de abogado del diablo.

En las clases siguientes traté de inducirlos a examinar su compromiso con la vida de pastor. Si consideraban difícil discutir por qué el mundo necesitaba diferentes confesiones religiosas, muchas veces contradictorias, cuando todas ellas pretendían enseñar las mismas verdades básicas, iban a encontrar bastante arduo el futuro.

Me hice tan popular que el seminario me propuso examinar a los candidatos a ministro del Señor y eliminar a aquellos que no lo iban a conseguir. Eso fue interesante. Alrededor de un tercio de los seminaristas acabaron abandonando el seminario para convertirse en asistentes sociales o trabajar en campos afines. En general, la experiencia de dar charlas y entrevistar a los estudiantes fue fascinante, pero dejé ese trabajo al final del semestre. Las exigencias de mi ocupado programa eran demasiadas, incluso para una adicta al trabajo como yo.

La tarea que realizaba presentando los pacientes terminales a los profesionales de la medicina me parecía de lo más interesante. No me sorprendía lo mucho que podía enseñar un moribundo en uno de mis seminarios, ni tampoco lo que aprendían por sí mismos los alumnos. Muchas veces me sentía mal cuando se me atribuía todo el mérito. De hecho mi peor pesadilla era quedarme clavada diez minutos sola en el estrado sin un paciente. La sola idea me producía terror. ¿Qué podía decir?

Pues un día me ocurrió eso. Diez minutos antes de que comenzara el seminario, el enfermo que planeaba entrevistar murió inesperadamente. Teniendo cerca de ochenta personas ya sentadas en el auditorio, algunas de las cuales habían hecho un largo trayecto para acudir al hospital, no quise cancelarlo. Por otro lado, no era posible encontrar otro paciente. Paralizada en el pasillo, desde donde oía el murmullo de los alumnos en la sala, no tenía idea de qué podía hacer sin la persona a quien siempre presentaba como el verdadero profesor.

Pero una vez que estuve sobre el estrado, me dejé llevar por la inspiración y la clase resultó fantástica. Dado que en su mayor parte el público estaba formado por personas que trabajaban en el hospital o estaban relacionadas con la Facultad de Medicina, les pregunté cuál era el mayor problema que tenían en su trabajo diario. En lugar de hablar con un enfermo, hablaríamos de los principales problemas que tenían los asistentes.

Decidme cuál es la mayor dificultad con que topáis —les propuse.

Al principio reinó un silencio absoluto en la sala, pero pasados unos incómodos instantes se alzaron varias manos. Ante mi gran sorpresa, las primeras dos personas que hablaron dijeron que su problema era un determinado médico, en realidad director de departamento, que trabajaba casi exclusivamente con enfermos de cáncer muy graves. Era un excelente médico, explicaron, pero si alguien llegaba a insinuar siquiera que era posible que alguno de sus pacientes no respondiera al tratamiento, él contestaba de modo muy desagradable. Otras personas que lo conocían hicieron gestos de asentimiento con la cabeza.

Aunque yo no dije nada, al instante comprendí de qué médico se trataba porque había tenido varios encontronazos con él; no soportaba sus modales bruscos, su arrogancia ni su falta de sinceridad. En dos ocasiones, en mi calidad de jefa del servicio de enlace psicosomáti-co, me habían llamado para visitar a sus pacientes moribundos. Él me había dicho que uno no tenía cáncer y que la otra enferma era sólo cuestión de tiempo que se sintiera mejor. En los dos casos las radiografías mostraban metástasis extendidas e inoperables.

Ciertamente era el médico quien necesitaba un psiquiatra. Tenía un grave problema con la muerte, aunque yo no podía decirle eso a sus pacientes. No podía ayudarlos criticando a otra persona, y mucho menos a alguien en quien confiaban. Pero en el seminario era diferente. Hicimos cuenta de que el doctor M. era el enfermo y hablamos de las dificultades que teníamos con él. Analizamos qué nos decían esos problemas acerca de nosotros mismos. Casi todos los participantes reconocieron tener prejuicios contra aquellos de sus colegas, médicos o enfermeros que tenían problemas. Los consideraban de una manera distinta que a los pacientes normales. Yo estuve de acuerdo e ilustré la situación con mis propios sentimientos por ese médico.

No se puede ayudar a alguien a menos que se le tenga una cierta simpatía. —A continuación hice la pregunta—. ¿Hay alguien aquí que le tenga cierta simpatía?

Rodeada de miradas y sonrisitas hostiles, una joven levantó la mano lentamente y con cierta vacilación.

– ¿Estás trastornada? —le pregunté medio en broma, medio sorprendida.

A eso siguió una buena carcajada.

Entonces la enfermera, se puso en pie y habló con una tranquilidad y claridad llenas de nobleza.

– No conocéis a ese hombre —dijo—. No conocéis a la persona. Nuevamente se hizo el silencio. Su frágil voz lo rompió con una detallada descripción de cómo el doctor M. comenzaba su ronda avanzada la noche, horas después de que se hubieran marchado a casa los demás médicos.

Empieza en la habitación más alejada del puesto de enfermeras y va avanzando hacia donde yo me siento habitualmente —explicó—. Entra en la primera habitación muy erguido, con aspecto confiado y seguro. Pero cada vez que sale de una habitación tiene la espalda más encorvada. Poco a poco su postura se va pareciendo más a la de un anciano. —Con gestos representaba el drama nocturno obligando a todo el mundo a imaginarse la escena—. Cuando sale de la habitación del último paciente, este médico parece destrozado. Se ve claramente que no siente ni la más mínima alegría, esperanza o satisfacción por su trabajo.

El simple hecho de observar ese drama noche tras noche la afectaba. Imaginémonos cómo se sentía el médico que lo vivía. Todos los asistentes tenían los ojos húmedos cuando la enfermera explicó cuánto deseaba darle unas suaves palmaditas al doctor, como haría un amigo, y decirle que sabía lo terrible y desesperanzado que era su trabajo. Pero el sistema de castas del hospital impedía ese comportamiento tan humano. —Sólo soy una enfermera —explicó. Sin embargo, ese tipo de compasión y amistosa comprensión era justamente la ayuda que necesitaba ese médico, y puesto que esa joven enfermera era la única en la sala que se preocupaba por él, era ella quien tenía que hacerlo. Le sugerí que se obligara a dar ese paso.

No lo pienses, simplemente haz lo que te dicte el corazón. Si lo ayudas —añadí—, vas a ayudar a miles y miles de personas.

Después de una semana de vacaciones, estaba ante

mi escritorio poniéndome al día con el trabajo cuando de pronto se abrió la puerta y entró precipitadamente una joven. Era la enfermera de ese seminario.

¡Lo he hecho! ¡Lo he hecho!

Ese viernes había observado al doctor M. hacer su ronda y acabar destrozado, tal como lo había descrito. El drama se repitió el sábado, pero con una complicación adicional. Ese día habían muerto dos de sus pacientes. El domingo lo vio salir de la última habitación, encorvado y deprimido. Obligándose a actuar se le acercó, esforzándose por tenderle la mano. Pero antes de hacerlo exclamó:

– ¡Dios mío! Esto debe de resultarle terriblemente difícil.

De pronto el doctor M. la cogió del brazo y la llevó a su despacho. Allí, tras la puerta cerrada, el médico le expresó todo su dolor, aflicción y angustia reprimidos. Le contó todos los sacrificios que había tenido que hacer para estudiar en la facultad; cómo sus amigos ya tenían trabajo y buenos ingresos cuando él comenzó la práctica como residente; cómo trataba de mejorar a sus pacientes mientras aquellos compañeros ya tenían familia y se construían casas para pasar las vacaciones. En lugar de vivir se había pasado la vida aprendiendo una especialidad. Por fin ya era el jefe de su departamento. Tenía un puesto en el que podía hacer algo importante para sus pacientes.

Pero todos se mueren —sollozó—. Uno tras otro. Todos se me mueren.

Al escuchar esta historia en el siguiente seminario sobre la muerte y el morir, todos comprendieron el extraordinario poder sanador que puede tener una persona simplemente reuniendo el valor de actuar impulsada por sus sentimientos. Antes de que hubiera transcurrido un año, el doctor M. comenzó a tratarse psiquiátri-

camente conmigo. Pasados unos tres años estaba en terapia a tiempo completo. Su vida mejoró espectacularmente. En lugar de acabar quemado y deprimido, redescubrió las maravillosas cualidades de cariño y comprensión que lo habían motivado para estudiar medicina. Ojalá ese hombre supiera a cuántas personas he ayudado al contarles su historia a lo largo de los años.