Terremoto de Lisboa 1755, sorprendentes y escalofriantes conclusiones.

 En ciencia kanija relatan el descubrimiento arqueologico del terremoto deLiboa en 1755

 

Fue un descubrimiento escalofriante: una tumba masiva de huesos humanos – cráneos machacados y chamuscados por que fuego, mordiscos de perro en los huesos del muslo de un niño, una frente con un aparente agujero de bala.

Tres años después del hallazgo hecho por trabajadores que excavaban el claustro de un convento Franciscano del Siglo XVII, expertos forenses e historiadores dicen que han resuelto el misterio.

Dicen que los 3000 muertos estimados en la tumba fueron víctimas de un terremoto que devastó Lisboa en 1775, y que esta es la primera fosa común de este tipo encontrada en la capital portuguesa.(…)

El movimiento, que incluyó un tsunami y un incendio que campó durante seis días, fue uno de las catástrofes más letales de todos los tiempos en Europa Occidental. Se piensa que hubiera matado a 60 000 personas y destruido gran parte de la rica y elegante capital del imperio portugués que se extendía a lo largo de Asia, África y Latinoamérica(…)

La fosa común no sólo contenía restos humanos sino huesos de animales y peces, trozos de cerámica y alfarería, tubos de arcilla, botones, medallones, rosarios y incluso un dedal. Todos anteriores al terremoto…

“Cuando reunieron los cuerpos para quitarlos, también cargaron trozos de todo lo que había alrededor”, dijo Joao Luis Cardoso, profesor de arqueología en la Universidad Abierta en Lisboa quien supervisó la excavación.

Cristiana Pereira, dentista forense en la Universidad de Lisboa, recibió 1 099 dientes de la tumba.

El mayor grupo de edad estaba entre 17 y 35 años, llevándole a concluir que la ciudad tenía una población joven. Los dientes también mostraban pocos signos de desgaste, en parte, presumiblemente, debido a que poca gente se podía pagar el azúcar importada de las plantaciones de las colonias portuguesas en África y Brasil.

Los restos incluyen una mujer negra. Otra prueba del pasado comercio de esclavos de Portugal eran los huesos de un mono – presumiblemente una mascota y pequeñas conchas marinas que constituían la moneda para comprar esclavos.

Muchos cráneos habían sido aplastados, probablemente por los golpes de los edificios al caer por el terremoto y las vigas de madera.

Los científicos también analizaron restos de carbón, medallones parcialmente fundidos y arena que se había convertido en vidrio – todo excavado de la tumba. Dedujeron que las temperaturas en el incendio posterior al terremoto alcanzaron más de 980 grados Celsius.

El hueso del muslo mordido por un perro sugiere que los animales hurgaban buscando comida. Las marcas de cuchillos y otros huesos humanos implican que la carne fue retirada de los mismos, aunque algunos expertos piensan dicen que las pruebas de canibalismo no son concluyentes.

Las autoridades enviaron tropas par restablecer el orden, comenzando la limpieza y encargándose de los saqueadores. Dos balas redondas de plata fueron halladas en la fosa común, y un cráneo que parecía tener un agujero de bala.

“Lo que hemos encontrado hasta ahora es sólo la punta del iceberg”, dice Cardoso, arqueólogo. “Aún seguirán investigando este hallazgo mucho tiempo después de que yo me haya marchado”.

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Un tesoro millonario de un Galeon hundido fue encontrado en el Atlantico

Tampa – Se trata de un barco que navegó hace 400 años con un tesoro en oro. La empresa para su rescate está a cargo de Odyssee Marine Exploration y se trata de un tesoro de 1/2 millon de monedas de plata y cientos de oro y otros artefactos, en total 500 millones de dolares que superaian el record alcanzado en 1985 de 400 millones de dolares.

 

 

Fotos (total 6)

El lugar del Atlantico permanece en secreto pero allí hay tantos barcos hundidos que la mpresa ya no puede distinguir nacionalidad ni antigüedad.

Las monedas estan ciendo catalogadas en  USA y serían del siglo XVII.

Se supone que ha sido encontrado a 70 Km de la costa del sudoeste de Inglaterra y toda la operación se denomina «Black Swan» .

Hasta ahora el hallazgo mas grande fue el del galeon  «Nuestra Senora de Atocha» que se hundió en un huracan en 1622  cerca de Florida.

Odyssee encontró en el i2003  50.000 Monedad de oro de la  «SS Republic of Savannah» en Georgia. S

Bebes de diseño por encargo

Bild aus der Morgenpost

Ein Embryo in seiner Fruchtblase

 

En Suecia se aprueba desde ahora por ley la inseminación artificial de embriones diseñados geneticamente para que tengan determinadas propiedades geneticas. En este caso se trata de un bebé diseñado y nacido para que con sus celulas primigenias extraídas del cordon umbilical, se pueda  salvar quizas a su hermano que padece de un defecto genetico que le impide metabolizar las grasas, lo que ocasionaría su muerte por proliferación de tejido graso en el cerebro.

Hace 4 años se aprobó la misma ley en Gran Bretaña siendo atendido un caso similar.

 Para realizar esta preñez artificial se deben seleccionar los embriones que puedan servir a la finalidad deseada con lo cual se hab de «descartar» muchos otros.Hasta ahora estos bebes de diseñio son permitidos solamente para salvar la vida de sus hermanos.

La rueda de la vida . ELIZABETH KÜBLER-ROSS

8. EL SENTIDO DE MI VIDA.

 

Parecía una adolescente camino del campamento de vacaciones cuando entré en Écurcey montada en una vieja bicicleta que alguien encontró en la frontera. Ésa era la primera vez que me aventuraba fuera de las seguras fronteras suizas, y allí recibí un curso acelerado sobre las tragedias que la guerra había dejado a su paso. La típica y pintoresca aldea que fuera Écurcey antes de la guerra había sido totalmente arrasada. Por entre las casas derruidas vagaban sin rumbo algunos jóvenes, todos heridos. El resto de la población lo formaba en su mayoría personas ancianas, mujeres y un puñado de niños. Había además un grupo de prisioneros nazis encerrados en el sótano de la escuela.

Nuestra llegada fue un gran acontecimiento. Todo el pueblo salió a recibirnos, entre ellos el propio alcalde, el cual manifestó que en su vida se había sentido tan agradecido. Yo sentía lo mismo; mi gratitud era inmensa por la oportunidad de servir a personas que necesitaban asistencia. Todo el grupo de voluntarios vibrábamos de vitalidad. Rápidamente puse en práctica todo lo que había aprendido hasta ese momento, desde las elementales técnicas de supervivencia que me había enseñado mi padre en las excursiones por las montañas hasta los rudimentos de medicina que había aprendido en el hospital. El trabajo era tremendamente gratificante. Cada día estaba lleno de sentido.

Las condiciones en que vivíamos eran malísimas, pero yo no podría haberme sentido más feliz. Dormíamos en camastros desvencijados o en el suelo bajo las estrellas. Si llovía nos mojábamos. Nuestras herramientas consistían en picos, hachas y palas. Una mujer sesentona que iba con nosotros nos contaba historias de trabajos similares después de la Primera Guerra Mundial, en 1918. Nos hacía sentir bienaventurados por lo que teníamos, por poco que fuese.

Por ser la más joven de las dos voluntarias, se me encomendó la tarea de cocinar. Puesto que ninguna de las casas que seguían en pie tenía cocina aprovechable, entre vanos construimos una al aire libre, con un enorme hornillo de leña. El mayor problema era los alimentos. Las raciones que llevábamos desaparecieron casi en seguida al distribuirlas por toda la aldea; en la tienda de comestibles, que estaba milagrosamente intacta, no quedaba nada, aparte del polvo en las estanterías. Varios voluntarios se pasaban todo el día explorando los bosques y granjas de los alrededores para conseguir alimentos suficientes para una sola comida. En una ocasión sólo dispusimos de un pescado frito para alimentar a cincuenta personas. Pero compensábamos la falta de carne, patatas y mantequilla con animada camaradería. Por la noche nos reuníamos a contar historias y a entonar canciones, con las que, según descubrí después, disfrutaban los prisioneros alemanes desde el sótano de la escuela. Los días siguientes a nuestra llegada observamos que todas las mañanas sacaban a los prisioneros y los obligaban a caminar por toda la zona. Cuando volvían, a la caída del sol siempre faltaban uno o dos. Haciendo preguntas

nos enteramos de que los utilizaban para detectar minas. Los que no volvían habían saltado en pedazos al pisar una de las minas que ellos mismos habían puesto. Horrorizados, pusimos fin a esa práctica amenazando con ir caminando delante de los alemanes; convencimos a los aldeanos de que era mejor emplear a los nazis en los trabajos de construcción.

A excepción de los habitantes de la aldea, nadie odiaba más a los nazis que yo. Si las atrocidades cometidas en esa aldea no hubieran sido suficientes para atizar mi hostilidad, sólo tenía que pensar en el doctor Weitz preguntándose en el laboratorio si seguirían con vida sus familiares en Polonia. Pero durante las primeras semanas que pasé en Ecurcey comprendí que esos soldados eran seres humanos derrotados, desmoralizados, hambrientos y asustados ante la idea de volar en pedazos en sus campos minados, y me dieron lástima.

Dejé de pensar que eran nazis y empecé a considerarlos simplemente hombres necesitados. Por la noche les pasaba pequeñas pastillas de jabón, hojas de papel y lápices a través de los barrotes de hierro de las ventanas del sótano. Ellos a su vez expresaron sus más hondos sentimientos en conmovedoras cartas a la familia. Yo las guardé entre mi ropa para enviarlas a sus parientes cuando estuviera de vuelta en casa. Años después, las familias de esos soldados, la mayoría de los cuales regresó con vida, me hicieron llegar misivas de sincera gratitud. En realidad, el mes que pasé en Ecurcey, a pesar de las penurias y a pesar de que sentí tener que abandonar la aldea, no podría haber sido más positivo. Reconstruimos casas, es cierto, pero lo mejor que dimos a esas personas fue amor y esperanza.

Ellos a su vez confirmaron nuestra creencia de que ese trabajo era importante. Cuando nos marchábamos, el alcalde se acercó a mí para despedirme, y un anciano achacoso que se había hecho amigo de los voluntarios y que me llamaba la «cocinenta» me entregó una nota que decía: «Has prestado un maravilloso servicio humanitario. Te escribo porque no tengo familia. Quiero decirte que, tanto si morimos como si continuamos viviendo aquí, jamás te olvidaremos. Acepta por favor la profunda y sincera gratitud y amor de un ser humano a otro.» En mi búsqueda por descubrir quién era yo y qué deseaba hacer en la vida, este mensaje me sirvió muchísimo. La maldad de la Alemania nazi recibió su merecido durante la guerra y cuando ésta terminó sus atrocidades continuaron siendo juzgadas. Pero comprendí que las heridas infligidas por la guerra, así como el consiguiente sufrimiento y dolor experimentados en casi todos los hogares (al igual que los actuales problemas de violencia, carencia de techo y el sida) no podían curarse a menos que la gente reconociera, como yo y los voluntarios por la paz, el imperativo moral de cooperar y ayudar.

Transformada por esa experiencia, me resultó difícil aceptar la prosperidad y abundancia de mi hogar suizo. Me costó mucho reconciliar las tiendas llenas de alimentos y las empresas prósperas con el sufrimiento y la ruina que había en el resto de Europa. Pero mi familia me necesitaba. Mi padre se había lesionado la cadera, y debido a eso habían puesto en venta la casa y se disponían a mudarse a un apartamento en Zúrich para estar más cerca de su oficina. Como mis hermanas se hallaban estudiando en Europa y mi hermano estaba en la India, yo me ocupé de empacar nuestras pertenencias y de otros detalles.

Tenía sentimientos encontrados. Con tristeza comprendí que había llegado la hora de despedirme de mi juventud, de esos maravillosos paseos por los viñedos, de mis bailes en mi soleada roca secreta. Al mismo tiempo, había madurado bastante y me sentía preparada para pasar a la siguiente fase. En resumen, volví a mi actividad en el laboratorio del hospital. En junio aprobé el examen de aprendizaje y al mes siguiente conseguí un maravilloso trabajo de investigación en el Departamento de Oftalmología de la Universidad de Zúrich. Pero mi jefe, el famoso médico y catedrático Marc Amsler, que me confió responsabilidades extraordinarias, entre ellas asistirlo en las operaciones, sabía que no entraba en mis planes trabajar allí más de un año. No sólo iba a estudiar en la Facultad de Medicina sino que además continuaba pensando en unirme al Servicio de Voluntarios por la Paz.

Y estaba la promesa hecha al doctor Weitz. Sí, Polonia seguía formando parte de mis planes.

Ay, la golondrina emprende el vuelo otra vez —comentó el doctor Amsler cuando presenté mi dimisión después de que me llamaran del Servicio para encomendarme una nueva tarea.

No se enfadó ni se sintió decepcionado. Durante ese año se había hecho a la idea de mi marcha, ya que solíamos hablar de mi compromiso con el Servicio de Voluntarios. Observé un destello de envidia en sus ojos. En los míos brillaba la certeza de una nueva aventura.

Era primavera. El Servicio de Voluntarios se había comprometido a colaborar en la construcción de un campo de recreo en una contaminada ciudad minera de los alrededores de Mons (Bélgica); el aire allí era viciado y polvoriento, de modo que el campo de recreo se emplazaría en una colina, donde la atmósfera sería más pura. Me enteré de que el proyecto databa de antes de la guerra. El jefe de la oficina de ferrocarril de Zúrich donde compré el billete me dijo que el tren sólo cubría parte del recorrido, pero le aseguré que el resto del camino lo haría por mi cuenta. Me detuve en París, ciudad que no conocía, y continué a pie o en autostop con mi repleta mochila, durmiendo en albergues de juventud, hasta llegar a la sucia ciudad minera.

El lugar era deprimente; el aire estaba impregnado de polvo, que lo cubría todo con una fina capa gris. Debido a los terribles efectos secundarios de la inhalación del polvo de carbón, abundaban las enfermedades pulmonares, de modo que la esperanza de vida allí apenas pasaba de los cuarenta años, un futuro nada prometedor para los encantadores niños del pueblo. Nuestra tarea, y el objetivo soñado por el pueblo, era limpiar una de las colmas eliminando los desechos de las minas, y construir un campo de juegos al aire libre por encima de la atmósfera contaminada. Con palas y picos trabajábamos hasta que nos dolían los músculos por el agotamiento, pero los vecinos del pueblo nos ofrecían tantas empanadillas y pasteles que engordé siete kilos durante las pocas semanas que estuve allí.

También hice importantes contactos. Una noche en que nos reunimos un grupo a cantar canciones populares después de una abundante cena, conocí al único estadounidense de nuestro grupo. Era bastante joven, y pertenecía a la secta de los cuáqueros. Le encantó mi inglés chapurreado y me dijo que se llamaba David Richie. «De Nueva Jersey.» Pero yo ya había oído hablar de él. Richie era uno de los voluntarios más famosos, consagrado en cuerpo y alma a trabajar por la paz. Sus tareas lo habían llevado desde los guetos de Filadelfia a los lugares más asolados por la guerra en Europa. Hacía poco, me explicó, había estado en Polonia, y estaba a punto de volver allí.

– ¡Dios mío! Esa era la demostración de que nada ocurre por casualidad.

Polonia.

Aprovechando la ocasión, le conté la promesa que había hecho a mi anterior jefe y le supliqué que me llevara con él. David reconoció que había muchísima necesidad de ayuda allí, pero me dio a entender que llevarme allí sería bastante difícil. Era imposible conseguir medios de transporte seguros y no había dinero para comprar billetes. Aunque yo era pequeña comparada con la mayoría, representaba mucho menos de veinte años y sólo tenía el equivalente a unos quince dólares en el bolsillo, no presté atención a esos obstáculos.

¡Iré a dedo! —exclamé.

Impresionado, divertido y consciente del valor del entusiasmo, me dijo que intentaría hacerme llegar allí.

No me hizo ninguna promesa, sólo dijo que lo intentaría.

Eso casi no importó. La noche anterior a mi salida para mi nueva misión en Suecia me hice una grave quemadura preparando la cena. Una vieja sartén de hierro se rompió en dos derramándome el aceite caliente en la pierna, lo que me produjo quemaduras de tercer grado y ampollas. Muy vendada, me puse en marcha de todos modos, con unas cuantas mudas limpias de ropa interior y una manta de lana por si tenía que dormir al aire libre. Cuando llegué a Hamburgo, me dolía terriblemente la pierna. Me quité las vendas y comprobé que las quemaduras estaban infectadas. Aterrada ante la idea de quedarme clavada en Alemania, que era el último lugar de la Tierra donde quería estar, encontré un médico que me trató la herida con un ungüento, lo que me permitió seguir mi camino.

De todas maneras fue penoso. Pero gracias a un voluntario de la Cruz Roja que me vio angustiada en el tren, llegué cojeando a un hospital bien equipado de Dinamarca. Varios días de tratamiento y deliciosas comidas me permitieron alcanzar en buena forma el campamento del Servicio de Voluntarios en Estocolmo. Pero ser terca también sus inconvenientes. Ya sana y restaurada,

Me sentí frustrada por mi nueva tarea, que consistía en enseñar a un grupo de jóvenes alemanes a organizar sus propios campamentos de Servicio de Voluntarios por la Paz. El trabajo no era nada emocionante. Además, la mayoría de esos jóvenes me causaron repugnancia al reconocer que habían preferido apoyar a los nazis de Hitler en lugar de oponerse a ellos por razones éticas, que era lo que, según alegaba yo, deberían haber hecho. Sospeché que eran unos oportunistas que querían aprovecharse de las tres comidas al día en Suecia.

Pero había otras personas fantásticas. Un anciano emigrado ruso de noventa y tres años se enamoró de mí. Durante esas semanas estuvo consolándome cuando sentía nostalgia de mi casa y entreteniéndome con interesantes conversaciones acerca, de Rusia y Polonia. Cuando hubo pasado sin pena ni gloria mi vigésimo primer cumpleaños, me alegró la vida cogiendo el diario que yo llevaba y escribiendo: «Tus brillantes ojos me recuerdan la luz del sol. Espero que volvamos a encontrarnos y tengamos la oportunidad de saludar juntos al sol. Au revoir.» Siempre que necesitaba un estímulo, sólo tenía que abrir mi diario en aquella página.

Una vez hecha su impresión, el amable y animado anciano desapareció. La vida estaba dominada por el azar, pensé. Comprendí que lo único que hay que hacer es estar receptiva a su significado. ¿Le habría ocurrido algo? ¿Sabría tal vez que se acababa nuestro tiempo? Tan pronto se marchó llegó un telegrama de mi amigo David Richie. Lo abrí nerviosísima y sentí ese escalofrío de expectación que te recorre cuando todas las esperanzas y sueños se confirman de pronto. «Betli, vente a Polonia lo más pronto posible», escribía. «Se te necesita muchísimo.» Por fin, pensé. Ningún regalo de cumpleaños podría haber sido mejor.

 

9. TIERRA BENDITA.

 

Llegar a Varsovia fue difícil. Trabajé para un granjero segando el heno y ordeñando vacas para ganar el dinero suficiente para mi viaje. Después me fui a dedo hasta Estocolmo, donde conseguí visado y me gasté casi todo el dinero arduamente ganado en un billete para el barco. Y menudo barco también; tenía todo el casco oxidado, y los incesantes crujidos no inspiraban la confianza de que lograra llegar a Gdansk (Danzig). Mi billete era de tercera. Por la noche me acurruqué en un duro banco de madera y soñé con lujos y comodidades, como por ejemplo una cálida manta y una mullida almohada, y no hice ningún caso de cuatro tíos que merodeaban por la cubierta en la oscuridad. Estaba demasiado agotada para preocuparme.

Resultó que no había de qué preocuparse. Por la mañana se presentaron los cuatro hombres, todos de diferentes países del Este, todos médicos. Venían de regreso de un congreso médico. Afortunadamente para mí, me invitaron a hacer el resto del viaje a Varsovia con ellos. La estación de ferrocarril estaba abarrotada, y el andén donde se detuvo el tren estaba peor aún. La gente no sólo llevaba enormes cantidades de maletas y baúles; algunos llevaban también gallinas y gansos, y otros, cabras y ovejas. Parecía una caótica arca de Noé.

Si hubiera ido sola, jamás podría haberme subido al tren. Cuando el convoy llegó, se armó un tremendo alboroto, pues toda la gente chillaba tratando de embarcar. Uno de los médicos, un húngaro alto y desmadejado, trepó al techo con la agilidad de un mono y desde allí nos ayudó a subir a los demás. Yo me agarré a la chimenea cuando sonó el pito y el tren se puso en marcha. No eran los asientos más seguros del tren, ciertamente, sobre todo cuando entraba en los túneles y teníamos que aplastarnos contra el techo, o cuando de la chimenea salía un humo negro que nos hacía difícil respirar. Pero cuando el tren se desocupó un poco pudimos bajar e instalarnos en un compartimiento. Compartiendo la comida y contándonos nuestras respectivas experiencias, de pronto el viaje nos pareció un verdadero lujo.

Si el viaje a Varsovia fue una aventura, la llegada allí fue algo increíble. Para mis compañeros de viaje era el lugar donde tenían que cambiar de trenes. Yo, por mi parte, sabía que me encontraba en una encrucijada, el lugar donde algo tenía que suceder. Con las caras ennegrecidas como un grupo de deshollinadores, nos despedimos. Después empecé a escudriñar la multitud en busca de señales de mi amigo cuáquero. No había podido comunicar a nadie la fecha de mi llegada. ¿Sabrían cuándo ir a recogerme a la estación? ¿Adonde tenía que acudir?

Pero el destino se parece mucho a la fe; ambas cosas exigen una ferviente confianza en la voluntad de Dios. Miré hacia un lado, miré hacia el otro. No vi a nadie conocido. De pronto, por encima de un mar humano vi ondear una inmensa bandera suiza. Entonces vi a Richie y a varios otros. Era un milagro que estuvieran allí. ¡El abrazo que le di! Sus amigos me ofrecieron té caliente y sopa. Jamás alimento alguno me había sabido tan bien como ése. Tampoco me habría venido mal un largo sueño en una buena cama. Pero nos subimos en la caja descubierta de un camión y pasamos el resto del día viajando por caminos de tierra, bombardeados y llenos de baches, en dirección al campamento del Servicio de Voluntarios instalado en la fértil región de Lucima.

El trayecto me puso de manifiesto la urgencia con que nos necesitaban allí. Habían transcurrido casi dos años desde el final de la guerra y Varsovia continuaba en ruinas. Bloques enteros de edificios estaban convertidos en montañas de escombros. Sus habitantes, alrededor de 300.000 personas, vivían ocultos en refugios subterráneos; los únicos signos de vida humana se veían por la noche, cuando se elevaba el humo de las hogueras al aire libre que encendían para cocinar y calentarse. Los pueblos de los alrededores, destruidos por alemanes y rusos, también estaban arrasados. Familias enteras vivían simplemente en trincheras, como animales en sus madrigueras. En el campo los árboles estaban talados y el suelo lleno de grandes hoyos hechos por las bombas.

Cuando llegamos a Lucima, me sentí privilegiada por contarme entre las personas lo bastante fuertes para asistir a los muchos habitantes del pueblo que necesitaban urgente atención médica. ¿Era posible sentirse de otra manera? No, no cuando no hay hospital ni servicios médicos y uno se encuentra entre personas aquejadas de tifoidea y tuberculosis. Los más afortunados simplemente padecían viejas heridas infectadas causadas por metralla. Los niños morían de enfermedades tan comunes como el sarampión. Pero a pesar de sus problemas, eran personas maravillosas y generosas.

No hacía falta ser una experta en socorrismo para darse cuenta de que la única manera de abordar una situación así era arremangarse y comenzar a trabajar. El campamento del Servicio de Voluntarios consistía en tres enormes tiendas. La mayoría de las noches yo dormía al aire libre, bajo la manta militar de lana que me mantuvo abrigada en mis viajes a través de Europa. Nuevamente me asignaron el trabajo de cocinera. Nada me hacía más feliz que convertir latas de plátanos desecados, gansos que nos regalaban, harina, huevos y cualquier otro ingrediente que hubiera, en sabrosas comidas que fueran del agrado de los voluntarios llegados de todas partes del mundo y unidos por un único fin.

Cuando llegué ya se habían reconstruido bastantes casas y se estaba construyendo una escuela nueva. Allí trabajé de albañil, poniendo ladrillos y tejas. Chapurreaba muy mal el polaco, pero cada mañana, mientras lavaba mi ropa en el río, me daba clases una joven delgadísima que estaba muriendo de leucemia. Habiendo visto tanto sufrimiento y desgracia en su corta vida, no pensaba que su situación fuera el peor desastre del mundo. Lejos de ello, en cierto modo aceptaba su destino sin amargura ni rencor. Para ella eso era sencillamente su vida, o al menos parte de ella. No es necesario decir que me enseñó muchas más cosas que un nuevo idioma.

Cada día había que ser un factótum. Una vez contribuí a apaciguar al alcalde y a un grupo de personalidades del pueblo que protestaban porque habíamos construido sin los permisos oficiales, es decir, sin haberles «untado» a ellos. Otra vez ayudé a parir a la vaca de un granjero.

Los trabajos eran de lo más heterogéneo. Una tarde estaba colocando ladrillos en una pared de la escuela cuando un hombre se cayó y se hizo una buena herida en la pierna. En circunstancias normales la herida habría necesitado varios puntos. Pero allí sólo estábamos yo y una polaca que se apresuró a coger un puñado de tierra y se lo aplicó a la herida. Yo salté del techo gritando «¡No, que se le va a infectar!»

Pero esas mujeres eran como chamanes. Practicaban una medicina popular antiquísima y terrenal, como la homeopatía, y sabían exactamente lo que hacían.

De todos modos se quedaron admiradas cuando yo le até la pierna para detener la hemorragia. Desde entonces comenzaron a llamarme «doctora Pañi». Yo intenté explicar que no era médico, pero nadie logró convencerlas, ni yo misma.

Hasta ese momento todas las necesidades médicas eran atendidas por dos mujeres, Hanka y Danka. Eran personas enérgicas y francas, fabulosas, a quienes llamaban Feldsckers. Las dos habían colaborado con la resistencia polaca en el frente ruso, donde habían aprendido los rudimentos de la medicina de campo y habían visto todos los tipos posibles de heridas, lesiones, enfermedades y horrores. Para qué decir que no se arredraban ante nada.

Cuando se enteraron de que yo había detenido la hemorragia en la pierna del hombre, me hicieron preguntas acerca de mi formación. En cuanto oyeron la palabra «hospital», me acogieron como a una de ellas. Desde entonces llevaban a los enfermos y lesionados al edificio que estábamos construyendo para que yo los examinara.

Me veía ante todo tipo de males, desde infecciones a extremidades que había que amputar. Yo hacía todo lo que podía, aunque muchas veces no era más que un buen abrazo lleno de cariño.

Un día me hicieron un regalo increíble. Era una cabana de troncos con dos habitaciones. La habían limpiado, habían instalado una cocina de leña y unos cuantos estantes, y decidieron que ésa sería una clínica donde las tres podríamos tratar a los pacientes. Y ahí acabó mi trabajo en la construcción.

No sé si lo que hice a continuación fue ejercer la medicina o rezar pidiendo milagros. Todas las mañanas se formaba una cola de veinticinco a treinta personas fuera de la clínica. Algunas habían caminado durante días para llegar allí. Con frecuencia tenían que esperar horas. Si estaba lloviendo, se les permitía aguardar en la habitación que normalmente reservábamos para los gansos, pollos, cabras y otras aportaciones que hacía la gente a nuestro campamento en lugar de dinero. La otra habitación la usábamos para intervenciones quirúrgicas. Teníamos poco instrumental, pocos remedios y nada de anestesia. Sin embargo, he de decir que realizamos muchas operaciones osadas y complicadas. Amputábamos extremidades, extraíamos metralla, asistíamos a parturientas. Un día se presentó una mujer embarazada a la que se le había formado un tumor del tamaño de un pomelo. Se lo abrimos, sacamos el pus y nos esmeramos en eliminar el quiste. Cuando la hubimos tranquilizado diciéndole que el bebé estaba muy bien, se levantó y se fue a casa.

La resistencia de aquella gente no tenía límites. Su valentía y voluntad de vivir me causaron una profunda impresión. A veces atribuía el elevado índice de recuperación a esa sola determinación. Comprendí que la esencia de su existencia, y de la existencia de toda criatura humana, era simplemente continuar viviendo, sobrevivir.

Para alguien que en otro tiempo había escrito que su objetivo era descubrir el sentido de la vida, ésa fue una profunda lección.

La prueba más difícil se me presentó una noche cuando Hanka y Danka estaban fuera; habían ido a atender unas urgencias en pueblos cercanos y yo estaba a cargo de la clínica.

Era mi primer vuelo a solas. Y en qué circunstancias: se nos habían agotado todas las provisiones médicas. Si ocurría algo, tendría que improvisar. Por suerte el día estuvo tranquilo y la noche se presentaba seductoramente agradable. Me enrollé en mi manta pensando: «Ah, nada me va a despertar esta noche. Por una vez voy a disfrutar de una buena noche de sueño.»

Pero pensar eso me trajo mala suerte. Alrededor de la medianoche oí algo que me pareció el llanto de un niño pequeño. Me negué a abrir los ojos, tal vez era un sueño. Y si no era un sueño, ¿qué? Los pacientes solían llegar a cualquier hora, incluso por la noche. Si los atendía a todos, jamás habría dormido ni un momento, así que fingí que dormía.

Pero volví a oírlo. Era el lloro de un niño pequeño, un gemido suplicante, impotente, que no cesaba; después una inspiración ronca, una dolorosa inspiración de aire.

Reprendiéndome por ser tan blanda, abrí los ojos. Tal como lo temía, no estaba soñando. Iluminada por la suave luz de la luna llena, había una campesina sentada a mi lado. Se había envuelto en una manta. Ciertamente los gemidos no provenían de ella. Cuando me incorporé, volví a oír el ronco vagido y vi que acunaba a un niño pequeño en los brazos. Lo observé lo mejor que pude mientras trataba de mantener los ojos abiertos; sí, era un niño. Después miré a la madre. Ella me pidió disculpas por despertarme a aquellas horas, pero me explicó que había caminado desde su pueblo tan pronto como se enteró de que había unas señoras doctoras que ponían bien a las personas enfermas.

Le toqué la frente al pequeño, que tendría unos tres años. Ardía de fiebre. Observé ampollas alrededor de la boca y en la lengua, y señales de deshidratación. Síntomas de una cosa: fiebre tifoidea. Desgraciadamente era muy poco lo que yo podía hacer. No teníamos medicamentos. Se lo expliqué con un encogimiento de hombros.

 

Nada —le dije—. Lo único que puedo hacer es invitarla a la clínica y preparar una taza de té caliente.

Agradecida, me acompañó al interior de la clínica. Mientras su hijo se esforzaba por respirar, me miró fijamente como sólo una madre sabe mirar. Callada, triste, suplicante, con unos ojos negros que reflejaban profundidades inimaginables de aflicción.

Tiene que salvarlo —me dijo con naturalidad. Yo negué con la cabeza, en actitud resignada. —No, tiene que salvar a mi último hijo —insistió. Entonces, sin el menor estremecimiento de emoción, explicó—: Es el último de mis trece hijos. Todos los otros murieron en Maidanek, el campo de concentración. Pero éste nació allí. No quiero que muera, ahora que hemos salido de allí.

Aun en el caso de que esa pequeña clínica hubiera sido un hospital totalmente equipado, había pocas probabilidades de salvar al niño. Pero no quise parecer una idiota impotente. Esa mujer ya había soportado suficientes crueldades. Si de alguna manera había logrado aferrarse a una esperanza mientras toda su familia era asesinada en las cámaras de gas, entonces yo también tenía que apelar a todas mis fuerzas.

Así pues, me devané los sesos durante un rato e ideé un plan. Había un hospital en Lublin, una ciudad que estaba a unos 30 kilómetros de distancia. Aunque el campamento no podía proporcionar medios de transporte, podíamos caminar. Si el niño sobrevivía al trayecto, tal vez podríamos convencer al personal del hospital de que lo admitieran.

El plan era arriesgado. Pero la mujer, sabiendo que era la única opción, cogió al niño en sus brazos y me dijo: —De acuerdo, vamos.

Durante 30 kilómetros hablamos y nos turnamos para llevar al niño, que no estaba nada bien. A la salida del sol llegamos a las altas puertas de hierro del enorme hospital de piedra. Estaban cerradas con llave, y un guardia nos dijo que no admitían a más pacientes. ¿Habíamos caminado los 30 kilómetros para nada? Miré al niño que por momentos perdía y recuperaba el conocimiento. No, ese esfuerzo no sería en vano. Tan pronto divisé a alguien que parecía ser médico, moví los brazos para llamarle la atención. De mala gana el médico tocó al niño, le tomó el pulso y llegó a la conclusión de que no había esperanzas.

Ya tenemos enfermos en camas puestas en los cuartos de baño —explicó—. Puesto que este niño no va a poder salvarse, no tiene sentido admitirlo.

Repentinamente me convertí en una mujer agresiva y furiosa.

Soy suiza —le dije moviendo el índice bajo su nariz—, caminé e hice autostop para venir a Polonia a ayudar al pueblo polaco. Atiendo yo sola a cincuenta pacientes diarios en una diminuta clínica en Lucima. Ahora he hecho todo este trayecto para salvar a este niño. Si no lo admite, volveré a Suiza y le diré a todo el mundo que los polacos son la gente más insensible del mundo, que no sienten amor ni compasión, y que un médico polaco no se apiadó de una mujer cuyo hijo, el último de trece, sobrevivió a un campo de concentración.

Eso dio resultado. A regañadientes, el médico estiró los brazos para coger al pequeño y accedió a admitirlo, pero con una condición: la madre y yo teníamos que dejarlo allí durante tres semanas.

Pasadas tres semanas el niño o bien va a estar enterrado o estará lo suficientemente recuperado para que se lo lleven—dijo.

Sin detenerse a pensar, la madre bendijo a su hijo y se lo entregó al médico. Había hecho todo lo que era humanamente posible, y yo noté su alivio cuando el médico y el niño entraron en el hospital. Cuando los perdimos de vista, le pregunté:

¿Qué desea hacer ahora?

Volver con usted a ayudarla —contestó.

Se convirtió en la mejor ayudante que he tenido en mi vida. Hervía mis tres preciadas jeringas en un pequeño cazo, lavaba las vendas y las ponía a secar al sol, barría la clínica, ayudaba a preparar las comidas e incluso sujetaba a los pacientes cuando había que practicarles alguna incisión. De intérprete a enfermera o cocinera, no había función que no desempeñara.

Una mañana al despertar comprobé que había desaparecido.

Al parecer, durante la noche se había ido a hurtadillas sin dejar ni una nota ni despedirse. Me sentí al mismo tiempo desconcertada y desilusionada. Pero varios días después comprendí lo sucedido. Habían transcurrido las tres semanas desde que lleváramos al niño al hospital de Lublin. Inmersa como estaba en el trabajo diario, yo no había llevado la cuenta, pero ella había contado cada día.

Pasada una semana, al despertar después de una noche bajo las estrellas, encontré un pañuelo en el suelo junto a mi cabeza. Estaba lleno de tierra.

Imaginándome que se trataría de una de esas cosas supersticiosas que ocurrían todo el tiempo, lo coloqué en un estante de la clínica y lo olvidé, hasta que una de las mujeres del pueblo me instó a soltar los nudos y mirar dentro. Claro, junto con la tierra encontré una nota dirigida a la «doctora Pañi». La nota decía: «De la señora W., cuyo último de sus trece hijos usted ha salvado, tierra polaca bendita.»

Ah, o sea que el niño estaba vivo.

Una gran sonrisa me iluminó la cara.

Volví a leer la última línea de la nota: «Tierra pola-

ca bendita.» Entonces lo comprendí todo. Después de marcharse a medianoche, esa mujer había caminado los 30 kilómetros hasta el hospital y recogido a su hijo, vivo y recuperado. Desde Lublin lo llevó a su pueblo, recogió un puñado de tierra de su casa y buscó a un sacerdote para que la bendijera. Dado que los nazis habían exterminado a la mayoría de los sacerdotes, estoy segura de que tuvo que caminar bastante para encontrar uno. Ahora esa tierra era especial, bendecida por Dios. Después de dejarme su regalo se volvió a casa. Cuando comprendí todo esto, esa pequeña bolsita se convirtió en el más preciado regalo que había recibido en mi vida. Y aunque en esos momentos no tenía forma de saberlo, pronto me salvaría también la vida.

 

Que hacer cuando el diagnostico es cancer? David Simon 12

Viento

 

Debido a su síndrome de ovario poliquístico, Alison siempre había tenido períodos menstruales irregulares, pero al ver que seguía sangrando durante varias semanas, su ginecólogo recomendó que se le hiciera una dilatación y un raspado. El informe de patología fue positivo: tenía cáncer del endometrio, y aunque el cirujano se mostró confiado en que el tratamiento tendría éxito, ella se sintió cada vez más angustiada. Se despertaba varias veces por la noche, con los pensamientos desbocados, la digestión empezó a ser  muy delicada y se vio afectada de estreñimiento. Apenas si podía  hacer  un  esfuerzo por comer y empezó a perder peso. Sabía que necesitaba  asentarse antes de que se le practicara la operación quirúrgica recomendada, así que aprendió meditación y empezó a seguir un programa pacificador del «Viento». Se concentró en comer alimentos calientes y sencillos, en tomar baños calientes con polvo de jengibre, y en beber leche caliente sazonada con nuez moscada antes de acostarse, además de acudir con regularidad a que le dieran masajes calmantes. Pronto empezó a dormir mejor por la noche y a sentirse más asentada. Pasó por la operación quirúrgica sin complicaciones, y sigue muchos de los mismos rituales tranquilizadores debido, simplemente, a que la hacen sentirse mejor, a pesar de que ahora ya no le preocupa el cáncer.

 

     Si su puntuación  «Viento» es alta, probablemente experimenta una sensación de no  estar sólidamente asentado. Los alimentos cálidos y pesados y aquellos que contengan los sabores dulce, agrio y salado ayudan a asentarse, y entre ellos se incluyen los panes de harina integral, la pasta, el arroz, las sopas de verduras, los frutos secos, la miel, la leche caliente y las frutas dulces. Si se siente debilitado a causa de su enfermedad, aumente la ingestión de estos alimentos nutritivos, lo que le ayudará a aumentar de peso y le restaurará la energía.

 

Fuego

 

Desde que le extirparon el lunar maligno que tenía en el hombro, Michael  se había venido sintiendo muy irritable. A pesar de haber sido siempre un perfeccionista, empezó a mostrarse excesivamente compulsivo respecto de su empresa y a menudo se quedaba trabajando hasta las dos de la  madrugada para recuperar el trabajo atrasado debido a la operación. Su  digestión empeoró, y hacía tres o incluso  más defecaciones al día. El genio se le encendía con facilidad, y los empleados y miembros de su familia tenían la sensación de andar pisando huevos cuando estaban en su presencia, para evitar «despertar al dragón».

Michael inició un programa de reducción del «Fuego» que incluyó alimentos que refrescaban. Se le animó a expresar sus temores a la muerte y a tomarse algún tiempo de distracción cada día. Un par de meses más tarde me dijo que sólo necesitaba dejar de tomarse tan en serio. Poco después de su visita se aplacó el ardor de estómago, y las personas que había en su vida volvieron a tener la sensación de que se le podía tratar sin mayores problemas.

 

     Si su puntuación «Fuego» es elevada, probablemente se siente caliente e irritable. Para reducir el calor de su cuerpo, disminuya su consumo de alimentos picantes, agrios y salados, y aumente la de los sabores dulce, amargo y astringente. Los productos lácteos, los panes, las lentejas, el arroz blanco, las patatas, los pepinos y los frutos dulces ayudan  a enfriar el sistema. A lo largo de este libro veremos cómo utilizar todos los sentidos para enfriar un metabolismo desatado.

 

Tierra

 

Michelle toleraba bastante bien su tratamiento para la enfermedad de Hodgkin, a excepción de cierta retención de fluidos  y cansancio. Siempre había tenido tendencia a sufrir de exceso de peso, y los esteroides que tomaba como parte de la quimioterapia contribuyeron a aumentar su sensación de pesadez y congestión. Se le aplicó un programa de aligeración de la «Tierra», que  incluía tomar alimentos más ligeros, con sabores picantes, amargos y astringentes. Se la animó a acos tarse a las diez de la noche y a levantarse a las siete de la mañana. Gracias a este programa, pudo completar su protocolo de tratamiento y observar la mejoría que se produjo en su aletargamiento y sensación de pesadez.

 

viento: Cuadro de alimentos.

 

 

 
Si su puntuación «Tierra» es excesiva, probablemente se siente lento, pesado y congestionado. Para crear una mayor ligereza y flexibilidad debe comer alimentos que sean cálidos, ligeros y secos, y preferir los sabores picantes, amargos y astringentes. El  maíz, el centeno y el mijo, comidos en combinación con guisantes partidos, lentejas y  tofu le asegurarán una ingestión adecuada de proteínas con un mínimo de grasa.
Los productos lácteos deben ser desnatados, y debe reducir la mayoría de los edulcorantes, aunque se acepta tomar un poco de miel. Son útiles la mayoría de las especias, especialmente las picantes, como pimienta, jengibre, comino y mostaza, que ayudan a movilizar las secreciones y a reducir la congestión.

 

 

La hermana Irene: primero mataba y luego se consolaba

Que lleva a un ser humano a matar a otro de forma sistematica y rutinaria? Como se llega a ser un asesino en serie? Se han hecho muchos estudios criminologicos sin embargo losreales motivos quedan sin ser develados , porque los criminales mismos no tienen una explicación valida de sus comportamiento. Matan porque sí.

 

Bild aus der Morgenpost

 

Karin St.de 48 años padecía de una creciente debilidad cardiacomuscular finalmente los medicos le recomendaron internarse enelhospital de la Charité en Berlin, donde se hacía un nuevo tratamiento para su enfermedad. El doctor Gert Baumann, jefe de cardiología delö hospital no aplicó sin embargo la terapia a la paciente porque estaba tan debil que hubiera sido peligroso. La paciente le pidió entonces hacer todo lo posible para devolverla a su ciudad Wolfenbüttel, allí quería morir con su familia pero tambien podía ser que su estado se estabilizara.

El transporte había sido planeado ara el 19.09 .06 pero no tuvo lugar porque la paciente murió el mismo día a las 14.55 luego de que la enfermera Irene B. le diera una inyección con un medicamente que le bajó bruscamente la presion. Uwe St. su esposio que se sentaba enese momento junto a ella, le tomó la mano. Ella estaba siempre llena de esperanzas apesar de su debilidad. La enfermera asesina , abrazó y consoló al esposo cuando la paciente murió.

La enfermera era considerada como el alma bondadosa de la estación. Sin embargo ella no mataba por compasión como su colega el enfermero Stefan S., quien mató a 25 pacientes en el hospital Sonthofen (Allgäu) . Ella ni siquiera conocía la historia clinica de muchos pacientes, les mataba porque sí.

Otro ejemplo tragico fue la víctima española de 73 años quien sufrió un colapso cuando escalaba una montaña, se repuso luego en el hospital y fue asesinada cuando ya estaba a punto de irse a su casa al día siguiente.

Ha pesar de su frialdad y de su decision unilateral por matar a ciertos pacientes casualmente elegidos, hay alguna gente entre ellas la cantante y actríz Gisela May que consideran como una encomiable labor, la eutanasia practicada por esta enfermera.

El termino muerte por compasión parece atenuar en muchos la calidad del crimen. sin embargo los parientes de las victimas no estan de acuerdo con esta vision de las cosas , s consideran que sus parientes asesinados tenían elderecho de morir pacificamente a su manera.

La acusada mantuvo durante el juicio una posición desoberbia, de dueña de la vida y lamuerte y no parecía estar convencida desu culpabilidad.

Segun ella, actuó por el bien del paciente. Segun sus colegas , era una persona capaz de mirar dentro de la gente, pero que sin embargo parecía llevar siempre una mascara invisible y era desconfiada. Se sentía incomoda entre gente que riera e hiciera bromas, y que hablaran banalidades, no porque fuera una intelectual, sino porque parecía no tenermucha seguridaden sí misma.

Lo que nadie seexplica porqué se fue del Hospital judío al Hosüpital de laCHarité. En el hospital judío había hecho carrera y llegado a ses jefa de la Estación. Se sabe que en aquel hospital tambien los colegas le recriminaban ser poco amistosa y uncolegial. Llegando a no respetar a los jovenes medicos no cumpliendo sus ordenes. La situación se hizo allí cada vez mas dificil y fue separada del cargo a pesar de sus conocimientos profesionales.

Tambien tuvo problemas matrimoniales ya que tuvo que separarse por infidelidad del esposo.

Otra característica de su comportamientoera que cuando mas mal hunor tenía mas cantaba.

Semanas antes de su arresto se había vuelto muy grera con sus pacientes y hasta les pegaba, como excusa estres laboral.

Todas presunciones sobre losmotivos de sus crimenes pero la enfermera asesina no da ninguna pista. Les mató simplemente porque eran enfermos, estaban indefensos a su merced y en sus manos estaba decidir cuando morirían .


Mejores que las autenticas piernas

Se han fabricado una piernas ortopedicas con un motor en el tobillo. La primera sensación es la de sentirse n robot, sin embargo está la satisfacción de que piernas amputadas puedan funcionr nuevamente y hasta mejor que antes.

 

 

 

Herr. Schon perdió su pierna derecha por congelamiento l quedar atrapado en los hielos de una montaña practicando su deporte favorito: la escalación de montañas. Tenía17 años y quería volver alandinismo. Las protesis e madera dolían mucho, entonces se puso a estudiar física y se dedicó a fabricar protesis.

Trbaja en el Media Lab del Massachusetts Institute of Technology (MIT), como biofisico y su invalidez no se nota debido a sus «super protesis» que tambien tienn la ventajade poder cambiarse sin dificultades rapidamente.

 

 

Webb Chappell

Hugh Herr, nació en 1964en Pennsylvania geboren, debido a que pardió una pierna en un ccidente, estudió biofisica e ingeniería mecanica para lograr fabricar protesiscada vez mas livianas y capaces, y hasta mejores que las verdaderas piernas. El el 2008 su recientemente fundada firma Firma iWalk comenzará con la producción en serie de la r «Active Ankle- Foot Prothesis» que imita los mivimientos del verdadero pié.

En los juegos paraolimpicos el deportista Oscar Pistorius quiere saltar con una de sus protesis. Herr llama a sus protesis el «Porsche de las piernas» .

Tambien le colocará censores en la union de la pierna ortopedica y el muñon par que musculo y pierna ortopedica trabajen juntos.

Quiere lograr que la protesis sea movidapor la ilusion de la «pierna fantasma» Para ello ha implantado ya electrodos en su piel y seghun relata pudo sentir un vinculo emocionar con su protesis como si ésta fuera su pierna fantasma.

Es un convencido de que en este siglo no se tendrá temor a pensar que habrá seres humanos con partes de su cuerpo robotizados. Ante el temor de si la gente querrá mejor tener estos cuerpor que los propios, él pregunta: Quien querría amputarse una pierna voluntariamente?

El codigo biblico

Existe en la Biblia un mensaje oculto?

Que hay de cierto en ello?

Yo siempre he visto que ls predicciones siempre coinciden con lo que queremos demostrar.

Sin embargo no descarto nada como posible.

Existe en la Biblia un mensaje oculto?

Aquí tambien se habla del fin del mundo pero se aclara luego que ésto no significa el real fin de los tiempos sino el comienzo de una nueva era.

Que hay de verdad en todo ello?

Que es la alquimia?

El sueño del hombre de poder encontrar la razon última de todo lo existente. La piedra filosofal que permitiera crear nuevas sustancias y transformas unos elementos en otros fue el objetivo de los alquimistas. Este trabajo fue considerado a veces científico, otras veces religioso, y  otras fue tachado de brujería o de ocultismo supersticioso.

En realidad el sueño del alquimista hoy en día ha dejado de ser un sueño, la ciencia moderna está en condiciones de producir oro de forma artificial y de transformar unos metales en otros. Los avances de las tecincas moleculares lo permiten, pero ésto no se hace porque es demasiado caro hacerlo y poco rentable .

El hechoes entonces que nos queda de aquel complejo filosofico-científico de la alquimia?

Hoy en día se podría convertir un metal cualquiera en oro, sin embrgo este progreso no nos ha brindado la sabiduría, entonces habría que preguntarse: Que nos queda se aquella sabiduría aparte de sus esfuerzos por conseguir oro en una probeta? Para empezar si no hubiera sido por aquellos esfuerzos muchos conocimientos de la química y de las propiedades de la materia se habrían retrazado por siglos.Así que eso es lo primero que debemos agradecer a aquellos pioneros de la química.

Veamos un poco la historia de la alquimia:

Fueron sobre todo los químicos e historiadores de la ciencia del siglo XIX quienes, bajo el poderoso influjo del positivismo de su tiempo, juzgaron la alquimia sobre la base de su valor objetivo, sin tener en cuenta para nada la notable cohesión psicológica de la cultura alquimista. La alquimia posee un carácter psicológicamente concreto y su experiencia es de carácter doble: objetiva y subjetiva a la vez. Estudiar la alquimia bajo uno de estos aspectos exclusivamente, sólo puede llevar a conclusiones falsas. Jung señala que la persistencia de la alquimia a través de tantos siglos con un simbolismo tan poderoso, complejo y duradero, no podría haber existido si no recubriera una realidad indiscutible. Con su escala de símbolos, la alquimia es un método para un orden de meditaciones íntimas.

De sumo interés para la interpretación psicológica de la alquimia son las opiniones de los estudiosos de las tradiciones ocultistas, ya que todos convienen en que ha sido a través de los siglos el vehículo ideal de las doctrinas esotéricas tradicionales. Las interpretaciones de los alquimistas no sólo valen con respecto a las transmutaciones materiales que se operan en el laboratorio, sino también en lo que toca a la transmutación íntima que debe cumplirse en el laboratorio de la propia naturaleza humana, en el crisol del alma. Los metales bajos son los deseos y las pasiones corporales. Extraer la quintaesencia de esos materiales inferiores equivale a liberar la energía creadora de lo lazos del mundo sensible. Merced a esa energía creadora, liberada la plata del alma puede convertirse en el oro del espíritu o, en otros términos, con la ayuda de la potencia extraída del centro de la tierra, la luna, es decir, el alma, puede devenir el sol que es el espíritu.

La mayoría de los autores en ese campo se halla de acuerdo en distinguir dos tipos o concepciones de las alquimia: la alquimia-ciencia y la alquimia-mística, aunque difieren en la importancia y el papel que les asignan. Para algunos, la alquimia no es sino una escuela de perfeccionamiento moral individual o colectivo. Recordando el célebre principio “nuestros metales no son los metales comunes, sino que son vivientes” se afirma que el auténtico campo alquimista es el hombre y la sociedad, y que el hecho de que los “sopladores” – apelativo con el que se ridiculizaba a los alquimistas – no alcanzaran jamás su finalidad, se debe al haberse equivocado acerca de la simbólica tradicional, pues la interpretaron literalmente, ya que su apego a lo material les impedía penetrar en su verdadero y elevado sentido. El considerar la alquimia sin tener en cuenta la filosofía hermética que la fundamenta puede llevar a absurdas conclusiones. La alquimia-ciencia y la alquimia-mística no son más que dos fase del Arte Total, del Gran Arte que es la alquimia. Ambas fases son solidarias y no pueden disociarse: la científica asume un carácter místico y la mística, un carácter científico. Todo ello de acuerdo con los principios básicos del hermetismo, la doctrina de la unidad del universo y de las correspondencias esenciales entre sus partes.

Se insiste en la gran importancia que para el opus alquimista reviste la actitud del adepto, tema que también ha sido objeto de especial examen por parte de Jung. A diferencia de lo que ocurre en la ciencia moderna, no ha de eliminarse la ecuación personal del investigador. Lo que en modo alguno falsea los resultados de la experimentación, sino que, al contrario, es su primer instrumento. El alquimista jamás trata de intervenir de manera impersonal en las reacciones que provoca. Esta abstracción del hombre que crea, principio de la técnica moderna, es lo opuesto a su método. Sólo podrá alcanzar la verdadera sabiduría aquel que penetre en lo más hondo de su ser y efectúe allí una oculta labor de purificación. La verdadera piedra filosofal es el hombre transformado. La primera tarea del adepto alquimista es, por lo tanto, su propia transformación. Para realizar la “Gran Obra”, la regeneración de la materia, debe antes regenerar su propia alma. Sólo así se torna capaz de realizar la regeneración del cosmos. La transmutación, luego de haberse operado en el secreto del alma humana, debía manifestarse en el mundo material.

Nos referiremos ahora sucintamente a los fundamentos y teorías principales de la filosofía hermética. Tal filosofía, de cuyos principios la alquimia constituye una aplicación, es un complejo de doctrinas que se formó a lo largo de la Edad Media bajo multitud de influencias de los orígenes más diversos. Comprende en sí los restos de casi todas las teorías filosóficas de las postrimerías de la Antigüedad, que parecen haber seguido llevando una vida intensa, pese a haber sido duramente condenadas por la Iglesia cristiana. Su nombre proviene del dios Hermes quien, según la tradición, la reveló a los hombres. Los alquimistas, que se llamaban sí mismos filósofos, afirmaban que explicaba la esencia, el principio y la razón de todas las cosas, y que en ella – la “Ciencia” por antonomasia – se encontraban los fundamentos de todas las demás. Entre las corrientes que influyen en la composición del hermetismo cabe señalar como más importantes las siguientes:

a) Influencias egipcias y hebraicas: Sobre todo en los alquimistas alejandrinos, encontramos rasgos característicos de las doctrinas esotérico-religiosas del Egipto, así como frecuentes referencias a los textos bíblicos, a diversas leyendas judías y en particular al Libro de Enoch y a los Apocalipsis apócrifos. Ambas influencias resultan de muy difícil delimitación, inundadas como están por la masa de las ideas helenísticas.

b) La filosofía neoplatónica: En especial el neoplatonismo tardío, fuertemente influido por las religiones de los misterios.

c) El gnosticismo: Tanto el gnosticismo pagano como el cristianismo desempeñan un papel de gran significación en el hermetismo. Los más notables de los textos que interesan a nuestro tema y que han llegado hasta nosotros son un conjunto de escritos filosófico-religiosos agrupados en una colección llamada Corpus Hermeticum, serie de diálogos entre personajes divinos –Hermes, Isis, etc. -, tocantes a la naturaleza de Dios, el origen del mundo, la creación y la caída del hombre y la iluminación divina como medio de liberación. Los alquimistas utilizaron profusamente la simbólica gnóstica, en particular el famoso Ouroboros, dragón o serpiente que se muerde la cola, objeto de veneración por las sectas naasenas u ofitas como símbolo del alma del mundo. Entre la alquimia, que perseguía el conocimiento de las propiedades ocultas de la materia y las representaba mediante símbolos, y las doctrinas gnósticas, que enseñaban el significado verdadero de las teorías filosóficas y religiosas soslayadas bajo velos alegóricos y simbólicos, se daba una honda analogía. De ahí que los alquimistas adoptaran, aunque modificándolo un tanto según sus conveniencias, el estilo complicado de la gnosis, la cual, mediante imágenes al par grandiosas y confusas, procuraban iniciar a sus fieles en los secretos de la esencia y los fines del universo, la lucha entre los principios del bien y del mal y las manifestaciones de la divinidad.

La alquimia era un poco la imagen de la población de Alejandría. Y, en efecto, la alquimia viene a ser como un vasto sincretismo en el que confluyen el arte práctico de los egipcios y la filosofía griega, las doctrinas orientales y el misticismo alejandrino.

Ahora bien, resulta sumamente curioso que una semejante recopilación de doctrinas haya podido dar lugar a un sistema más o menos coherente, que, por otra parte, no carece de grandeza y de profundidad. Es una doctrina secreta que, ocultándose a la vista del profano bajo el velo de alegorías y símbolos, transmitida por tradición oral y por iniciación, tendió, sobre todo, a partir del siglo XV, a sistematizarse en un conjunto bastante armonioso. Enumeremos ahora brevemente aquellas ideas fundamentales del hermetismo que más interesan a la psicología de la alquimia, ideas que permanecieron sin alteración en lo esencial a través de toda su historia y, con respecto a las cuales, los desarrollos de que fueron objeto por obra de tantos autores e investigadores no hicieron otra cosa que diversificar al extremo sus tendencias fundamentales.

Unidad cósmica. La teoría de la unidad cósmica es común a todos los hermetistas: “Uno es el Todo, por él el Todo, para él el Todo, en él el Todo”. Bajo las formas de infinita diversidad con que nos presenta la naturaleza se oculta un solo ser, una esencia común a todo. El símbolo de esa unidad es la piedra filosofal, la cual es también llamada vegetal, animal y mineral, porque es de ella misma que en substancia y en ser se originan los vegetales, los animales y los minerales.

Vida cósmica. El universo entero es un gran organismo viviente que se halla en continua evolución y transformación. Todas las cosas poseen un alma y se encuentran vinculadas entre sí. Según Paracelso: “La naturaleza, comprendiendo al universo, es una, y su origen no puede ser otro que la unidad eterna. Es un vasto organismo en el cual las cosas armonizan y simpatizan recíprocamente.”

Dualismo sexual. De particular importancia para la interpretación psicológica es la teoría del dualismo sexual. Antes de la creación, Dios era hermafrodita, dividiéndose luego en dos seres de sexo opuesto. Del posterior ayuntamiento de ellos proviene el mundo, obedeciendo todas las afinidades y antagonismos que cabe verificar por la contraposición de dos principios complementarios: uno activo, masculino, y otro pasivo, femenino.

Los tres mundos. Todo lo existente se divide en tres mundos: Dios, el mundo arquetipo; la naturaleza, el macrocosmos y el hombre, el microcosmos. Entre lo tres mundos se dan correspondencias esenciales. En Dios hay tres personas; el mundo de la materia lo componen tres elementos: el azufre, la sal y el mercurio; el hombre, a su vez, se halla integrado por el cuerpo, el alma y el espíritu. El hombre – el microcosmos – es el reflejo cabal del macrocosmos, las mismas leyes gobiernan el comportamiento de uno y otro.

Naturaleza y arte. Hay un paralelismo estrecho entre la naturaleza y el “arte” alquimista. Frases como la siguiente abundan en los textos: “En el comienzo, Dios creó todas las cosas de la nada, masa confusa en la cual hizo una clara distinción en seis días. Así debe ser en nuestro magisterio.” Durante “la gran Obra”, es decir, la creación de la piedra filosofal, el alquimista rehace en su vas hermeticum un proceso análogo al de la creación.

“En la simbólica alquimista – dice Jung – se expresa la problemática del proceso del devenir de la personalidad, el llamado proceso de individuación” Esta frase señala la trascendental importancia que él asigna al estudio de la simbólica alquimista, tema central de sus investigaciones desde hace casi veinte años, que han abierto una riquísima fuente de conocimientos, de fundamental interés no sólo para la psicología , sino también para las ciencias del hombre en general.

Gran parte de su libro básico sobre el tema, Psicología y Alquimia, se dedica a la comparación entre las representaciones del objetivo de la “Obra” con representaciones cristianas centrales. Tanto las unas como las otras – afirma Jung – posen una importancia que no cabe exagerar para la interpretación de multitud de imágenes que aparecen en las fantasías y los sueños de individuos modernos, fantasías y sueños en los que no son poco frecuentes los símbolos y las alusiones alquimistas de indudable carácter arquetípico. La comprensión de esas imágenes, surgida de lo más hondo de la psique, exige conocimientos de psicología primitiva, mitología, y sobre todo de los preliminares históricos de la consciencia moderna, ya que la psique, como el cuerpo, es una estructura extremadamente histórica.

Sin duda, el alquimista procuraba penetrar en el misterio de las transformaciones químicas y luchaba realmente con los problemas de la materia. Su laboratorio era todo un arsenal de retortas y alambiques. No obstante, las descripciones de los procesos que cree vislumbrar son hechas en términos psicológicos, sus descubrimientos expresados mediante una simbólica religiosa y mitológica. Aclarar esta cuestión equivale a solucionar el problema principal que plantea la interpretación psicológica de la alquimia.

Todo lo desconocido y vacío – dice Jung – es llenado con proyecciones psicológicas. Ocurre como si en la oscuridad se reflejase el propio trasfondo psíquico del observador. Al tratar de explorar la materia, cuya verdadera naturaleza desconocía, el alquimista proyectaba sobre ella sus propias vivencias psíquicas, que se le aparecían como un comportamiento particular del proceso químico. Es decir, que cuanto veía o creía reconocer en la materia, eran, en primer término, sus propio datos inconscientes.

De ahí que la labor del alquimista se nos presente también, a poco que se penetre en su simbólica, como un proceso psíquico de curso paralelo. Explorar el contenido psicológico de la alquimia, equivale a explorar un sistema de proyecciones.

No corresponde aquí extendernos sobre los múltiples y complejísimos procedimientos técnicos de la alquimia. Digamos solamente, sintetizando, que la primera fase de la labor del adepto consiste en la purificación o destilación de los elementos que integran su materia prima, o masa confusa, como él la llama. Los opuestos se separan y, como macho y hembra, o rey y reina, se unen en una “conjunción”, a veces seguida por su muerte – la denominada putrefacción o mortificación –y luego por la resurrección carnal o espiritual en el producto de su unión.

Las fases del proceso son cuatro, designada por cuatro colores: negro, blanco, rojo y amarillo u oro. Su producto final es la piedra u oro filosofal, que reúne a los cuatro elementos y tiene el poder de transformar toda otra sustancia imperfecta. Esta piedra filosofal es la misteriosa rebis, la cosa doble, formada por la unión o conjunción de los contrarios. Recibe también el nombre de “hijo de los filósofos”, piedra de la indivisibilidad, elixir vital, tintura roja, y muchas otras denominaciones. A menudo se la presenta como un ser mítico andrógino o hermafrodita. (El homúnculo que tantos alquimistas procuraban crear no es más que otra representación de la piedra). Su característica invariable es la de ser una síntesis o unión de elementos opuestos, concebido como pares de contrarios: materia y forma, masculino y femenino, cuerpo y espíritu, grosero y sutil, etc. También la oposición fundamental era simbolizada por la antítesis de sol y luna, rey rojo y reina blanca, hermano y hermana, león alado y león no alado, etc. La unión se presentaba generalmente como una boda mítica – conjunctio – que tenía lugar en el interior de la vasija hermética.

En síntesis, el rasgo esencial de la alquimia común a todas las teorías alquimistas, pese a sus divergencias de procedimientos y terminologías, es el ser una “obra” dirigida a la transformación de las substancias bajas en substancias nobles, de lo corruptible en lo incorruptible.

Durante la exploración y el análisis de los sueños sucesivos de una misma persona – o de alguna otra serie de productos de la fantasía – cabe observar que los símbolos e imágenes oníricos no permanecen estáticos. Cambian, evolucionan y gradualmente van desarrollando ciertos temas inconscientes (arquetipos), o se agrupan alrededor de ellos. La interpretación correcta de esos temas , sea ya por parte de su productor o por obra del analista, lleva al primero al participar en el desarrollo psíquico que recibe el nombre de proceso de individuación. Este proceso, dirigido no por el yo consciente sino por las tendencias arquetípicas e instintivas de lo inconsciente, se manifiesta como un movimiento espontáneo hacia la totalidad, integridad y diferenciación de las potencialidades innatas del individuo, es decir, como ”el proceso de la constitución y particularización de la esencia individual”, de la conversión en el Sí-mismo.

Tal es el proceso de individuación que – afirma Jung – el alquimista, según lo demuestran los textos y su simbólica, proyectó en los procesos de transformación química que habían de llevarle a la creación de la piedra filosofal. Mientras en el primero se tiende a la transformación de la personalidad mediante la mezcla y la conciliación de sus componentes bajos y altos, de la función inferior y de la función diferenciada, de lo consciente y lo inconsciente; en el segundo la regeneración de la materia ha de lograrse mediante la unión de los elementos químicos contrarios.

Esa unión de los elementos contrarios – conjunctio oppositorum – es generalmente representada como un ayuntamiento o matrimonio de seres o abstracciones de sexo opuesto. “Has puesto juntas dos naturalezas, lo Masculino y lo Femenino, y has celebrado un matrimonio… ahora esas naturalezas no forman más que un cuerpo único, que es el Andrógino o el Hermafrodita de lo Antiguos”. Se efectúa así una boda química, en la cual los contrarios supremos en forma de lo masculino y lo femenino (como en el Yang y Yin chinos) son fusionados en una unidad que no contiene ya contrastes y, por lo tanto, es incorruptible. La piedra filosofal es a veces esa unidad, otras, el producto o el hijo que nace de la unión. Esta boda química no es más que un símbolo del matrimonio interior que tiene lugar durante el proceso de individuación, de la conciliación de lo contrarios que debe efectuarse dentro de la psique para que el ser humano pueda alcanzar la totalidad del ser, la integración del yo consciente del hombre con su parte femenina, el anima, o del de la mujer con su contraparte masculina, el animus. La piedra viene a ser así un símbolo de la totalidad, del Sí-mismo.

Enrique Butelman

Extractado por Farid Azael de
C. G. Jung.- La Psicología de la Transferencia.- Paidós