La sal de la Tierra – Le sel de la Terre – The salt of the Earth – Sebastião Salgado

«Ese cuadro está torcido!» ( «Das Bild hängt schief!»)

Loriot y su legendario intento de enderezar un cuadro que cuelga torcido y se transforma en la peor pesadilla de un perfeccionista.

Loriot era un cómico alemán que hacía y hace reir a Alemania imitándose a el y a los rasgos típicos alemanes, siempre con un humor muy sano y fiel a si mismo.

Pasar la barrera de los 100 años y seguir teniendo la inteligencia activa

Por mi experiencia he hecho una humilde estadística para -científica

. La vejez no trae nuevos problemas sino que acentúa por descarte los defectos y virtudes que arrastramos durante años. Segun mi estadística aquellos pacientes que pasaron la barrera de los 100 años son aquellos cuyo cerebro se mantiene al día, no son olvidadizos salvo que a proposito y sobre todo mantienen intacta su capacidasd de razonar, aunque sus temas objeto de su pensamiento no sean a menudo los que a los mas jóvenes nos preocupan.

 Quizas la longevidad y un cerebro cultivado e intacto tengan algo que ver. Y no me refiero con ello a que haya que ser instruído necesariamente. Está el caso de muchas personas que pasaron la barrera de los 100 siendo analfabetas, pero todas ellas se caracteriuzaban por ser  sabias.

Copio este artículo de Liberetad Digital que m,e pareció interesante:

 

‘EL AS EN LA MANGA’

Neuronas en activo

Por Leah Bonnín

Rita Levi-Montalcini es una mujer activa, una científica que visita a diario el Brain Research Institute y promueve iniciativas como la de facilitar el acceso a la educación de las niñas africanas. El Premio Nobel de Medicina y Fisiología que recibió en 1986 por haber descubierto –junto a Stanley Cohen– los factores de crecimiento nerviosos (NGF) le reportó una gran satisfacción, por supuesto, pero a sus casi 103 años lo que la motiva e interesa es el placer de seguir pensando y aprendiendo.

Frente a las visiones pesimistas de la vejez que predominan en el mundo contemporáneo, Rita Levi-Montalcini llama a transformar la etapa más crítica de la vida en la más serena, a hacer planes

para el tiempo que nos queda, ya sea un día, un mes o varios años, con la esperanza de poder realizar unos proyectos que no habíamos podido acometer en los años juveniles.

Como expone en El as en la manga, es cierto que en la especie humana la decadencia es más dramática que en otros seres vivos, por nuestra mayor longevidad, la mayor degradación que sufren nuestros órganos y el rechazo social de que es objeto el anciano; pero también lo es que, al menos en las sociedades desarrolladas, los individuos tienen a su disposición la baza de conocer mejor el mecanismo del más efectivo órgano de supervivencia: el cerebro.

Para sacarle el máximo rendimiento, Levi-Montalcini nos orienta sobre su morfología y anatomía, su fisiología y bioquímica, así como por la maraña de canales que alberga, y que dependen tanto de nuestra herencia genética como de nuestras experiencias. Asimismo, señala los hitos sobre los que se sustenta el conocimiento que tenemos de su funcionamiento.

Si bien cuestiona la perspectiva cartesiana, que hasta principios del siglo XX separó las investigaciones sobre la anatomía y la fisiología del cerebro de las psicológicas y conductuales, rescata algunos conocimientos básicos: en primer lugar, el descubrimiento –debido a Ramón y Cajal– de que el sistema nervioso es una estructura conformada por miles de poblaciones celulares, con funciones distintas; en segundo lugar, y gracias a C. S. Sherrington, la idea de la formación y transmisión del impulso nervioso como base del funcionamiento del sistema.

El avance del conocimiento del cerebro está siendo posible gracias a la multidisciplinariedad –olvidémonos del científico solitario encerrado en su pequeño laboratorio–, las nuevas técnicas y métodos –que posibilitan el estudio de los procesos mentales mientras se desarrollan– y la desaparición de las barreras que dividían los ámbitos de investigación entre morfología del sistema nerviosofunción fisiológica y función comportamental.

Entre los conocimientos indispensables destaca la diferenciación –debida a J. W. Papez– entre el lóbulo límbico, que desempeña un papel fundamental en las emociones y en la supervivencia del individuo y de la especie, y las circunvoluciones neocorticales, que se traducen en la impresionante dotación intelectual delHomo sapiens. Pero mientras las capacidades intelectuales y las habilidades técnicas evolucionaron rápidamente, los impulsos emotivos vinculados a la zona límbica quedaron estancados en la protección de un ser «inicialmente vulnerable y frágil», algo que, según Levi-Montalcini, bien podría explicar prácticas aberrantes como la de poner el poder y la innovación técnica al servicio de instintos violentos, o lo que es lo mismo, la no correspondencia entre desarrollo técnico y resolución ética.

Hablemos ahora de dos hallazgos más relacionados con la perspectiva de convertir la vejez en una etapa vital serena y estimulante. El primero es la constatación de que los fenómenos de aprendizaje conllevan cambios morfológicos, bioquímicos y moleculares y de que, a través de la amígdala y el hipotálamo, las emociones influyen en los procesos de aprendizaje y memorización. El segundo tiene que ver con la propiedad plástica de los componentes del sistema nervioso central, desde la neurona hasta las unidades operativas de los centros cerebrales superiores, que permite a las células nerviosas aumentar sus ramificaciones dendríticas y fortalecer los circuitos cerebrales a nivel sináptico incluso en la edad senil. Sólo es necesario ponerlas en marcha, no parar, seguir en activo; ser conscientes de nuestra inmensa capacidad mental y tener en cuenta que, aunque la creatividad disminuye ligeramente en la vejez, es sustituida por el saber que proporciona la experiencia, un saber muy vinculado con la capacidad de establecer jerarquías, de diferenciar entre lo principal y lo superfluo y de confiar en categorizaciones que han resultado eficaces en la construcción de la realidad.

Para muestra de que se puede ser activo, creativo en la vejez, aquí va un pequeño surtido de ilustres botones:

Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) vivió 89 años, y en el tramo final de su vida firmó algunas de sus mejores obras arquitectónicas. Galileo Galilei (1564-1642), a pesar de la Inquisición, a pesar de su ceguera –probablemente debida al glaucoma–, en la vejez formuló la ley de la inercia. Bertrand Russell (1872-1970) jamás dejó de buscar y de ser heterodoxo, también en el plano afectivo: se casó por cuarta vez a los 79 años. David Ben Gurión (1886-1973), fundador del Estado de Israel, con 80 años cumplidos participaba activamente en la política partidaria. Pablo Picasso (1881-1973), a los 90 años no sólo continuaba pintando, sino que buscaba e investigaba nuevas maneras de pintar, y dos años antes de morir trabajaba en el cuadroMaternidad «como si tuviera treinta años, como si su vida dependiera de la pintura y ésta le brindara cada día una nueva vida».

Sabedores de que las intelectuales no sufren el mismo deterioro que otras capacidades, está en nuestras manos plantearnos una vejez activa y creativa. Si bien es cierto que, con la prolongación de la vida, al temor a la muerte hay que añadir el miedo a los achaques de la tercera edad, nos queda un as en la manga, concluye Rita Levi-Montalcini, citando al matemático E. De Giorgi:

La capacidad de pensar el infinito, aun reconociendo en las limitaciones de cada cual su propia finitud.

En el mejor de los casos, claro está, y en el mejor de los mundos posibles.

 

RITA LEVI-MONTALCINI: EL AS EN LA MANGA. Crítica (Barcelona), 2011, 176 páginasTraducción de Juan Vivanco.

Antonioni

Hay artistas que con una cámara son capaces de filmar un sueño, cada segundo de imagen es muy intenso como cuando el consciente se funde con el inconsciente en un lugar remoto. Sé que hay películas modernas que son maravillosas, pero puede un ordenador medir con la misma vara un pixel que un segundo de sueño?

Un Blog como un libro

 La Fuerza el paraíso es un Blog concebido como una novela por entregas que nos va develando los misterios de la Selva amazonica. Su autor J.C.Estrela

QUINTA ENTREGA.

Fotos: Chancha (Cabeza reducida). Panos Jivaros. Mapa ubicación antigua tribus Alto Amazonas.

Capítulo I.
LA DENUNCIA. (Cont.)
Michel contaba entre sus notas un breve resumen sobre la etnología general de los Panos. La mayoría de sus datos procedían de expediciones realizadas a finales del siglo XIX por algunos estudiosos españoles. Tal vez después de unos ciento veinte años, algunas tribus habían vuelto a ocupar el mismo lugar, ahora acotado, lo cual les beneficiaba para seguir en un original anonimato.

Las expediciones científicas españolas decimonónicas señalaban que la familia Pano se encontraba entre las cuencas del río Ucayali y Marañón llegando hasta el Huallaga, con prolongaciones hacia el N.E., junto al Juruá. Más al S. de este núcleo principal, en el valle del río Beni, región de su confluencia con el Guaporé y el Madre de Dios, se halla las tribus caripuna y chacobo que forman el grupo pacaguara y en el alto Huillcamayo, junto a los Andes peruanos, las tribus atsahuaca y yamiaca, que algunos han considerado de la familia Tupí. Físicamente y aunque, lo mismo que para la mayoría de tribus que se han mencionado, las mediciones son escasas, los panos son de baja estatura, inferior a un metro y sesenta centímetros, braquicéfalos (del griego: «brachys» corto, y «kephalé», cabeza, o sea, de cabeza redonda) y mesorrinos (del griego: «mesos» medio, y «rinós», nariz. Son los individuos que tienen la nariz regular, de timo medio; de índice nasal entre 47 y 51 grados.).

Entre los cachibos parecen encontrarse indios de estatura muy elevada. En todas las tribus se usan fajas en brazos, muñecas y muslos que producen una deformación de los miembros citados. Se suelen pintar el cuerpo de rojo o negro con motivos geométricos.

Su lengua y nombre deriva de la gran tribu Pano, antes muy importante y hoy apenas subsistente. Según la tradición llegaron del Norte y lucharon con los incas cuyo poderío les impresionó hasta el punto que los chipibos creen que volverán y todo lo que les parece raro a ellos lo atribuyen. En el siglo XVII el número de misiones fue muy crecido, disminuyendo después considerablemente en parte por el levantamiento y matanzas de 1768. Pero la labor de los misioneros borró muchas de las prácticas primitivas y solo tenemos vagos recuerdos de su escritura jeroglífica sobre corteza, de sus cultos del sol y del fuego, y de sus ídolos. El número de los Panos ha disminuido enormemente; en la actualidad la tribu más importante, la canibo, no tiene más que 500 individuos; en cambio, otras tribus situadas en lugares más apartados se han conservado mejor y así se calcula que los anahuacas son todavía más de 3.000. Al igual que los demás indígenas del Amazonas han sido empleados en gran parte como obreros cauchuteros.

En cuanto a su vida económica y cultura, se puede decir que la casa llamada «maloca», generalmente es grande, rectangular, hecha con grandes postes y cubierta a doble vertiente, de hojas de palma y destinada a varias familias; entre los amahuacas estas casas llegan a tener cincuenta metros de largo por quince de ancho, conteniendo hasta cincuenta personas. Muchas de sus tribus no usan la hamaca, duermen en esteras en el suelo; otras, la mayoría, si la usan, las hamacas de los amahuacas pueden contener hasta tres personas. Los chacobos tienen las casas del consejo sobre postes.

El traje se ha modificado, pues la casi desnudez primitiva ha sido sustituida, por la influencia andina y europea, por el uso de la cusma por parte de los hombre y faldas y capas por las mujeres. Las mujeres tejen el algodón silvestre que recogen; generalmente pintan sus trajes con motivos en negro. Entre los adornos sobresalen los usados por los mayorunas consistente en grandes discos de concha en la nariz o puas de bambú en forma de bigote felino; los hombres llevan siempre consigo un bolso con objetos para su tocado, como pinzas para depilarse la barba, un trozo de espejo y otros útiles de quincalla.

Cultivan los campos, pero algunas de sus tribus como los canibos, prefieren la pesca, que practican a la perfección. También gustan mucho de las tortugas y de sus huevos. Saben salar y conservar los alimentos. Sus armas son el arco, el propulsor, las mazas y cerbatanas; no todas las tribus envenenan las flechas.

Los chacobos usan el telar circular de los arawacos; otros tienen el telar horizontal. Los canibos son hábiles constructores de canoas, que llegan a tener doce metros de largo, vaciando para ello el tronco de un árbol. Los Panos del Ucayali, especialmente los canibos, son los mejores ceramistas del valle del Amazonas, aunque no conocen el torno, fabrican vasos de fino barro, de paredes muy delgadas y regulares; los decoran con motivos geométricos curiosos, iguales a los que aplican a sus trajes y pipas. Su cerámica ordinaria alcanza grandes dimensiones.

En algunas tribus domina la monogamia y en otras la poligamia, que a veces queda reservada a los jefes; en el último caso cada mujer tiene su hogar dentro de la casa; el matrimonio se celebra con diversas ceremonias y libaciones. Es curiosa la costumbre de los chipibos, quienes tratan con mucha consideración a la mujer y la perdonan en caso de adulterio, pero cuando esto ocurre el esposo tiene derecho a cortar una parte de la cabellera con la piel correspondiente del ofensor, cuando se celebra alguna fiesta.

Su organización política es muy débil, pues el caudillo ejerce muy poca autoridad excepto en caso de guerra; dicho cargo suele ser hereditario. Algunas tribus muy belicosas, como cachibos y amahuacas, tienen muy bien organizado lo que a la guerra se refiere; es curioso que estos últimos declaran oficialmente la guerra a quienes van a atacar, por lo general para procurarse mujer y renovar la cosangueinidad. Tienen también su sistema complicado de señales de tambor. Los cachibos son caníbales y practican la caza de hombres con la mayor ferocidad; dan muerte y comen a los viejos y a los enfermos; aunque esta práctica para ellos responda a fines lógicos como el pasar a su cuerpo las virtudes del difunto. Su hostilidad para los europeos hay que atribuirla al mal trato recibido por los aventureros que han explotado su trabajo.

Sus ideas religiosas son escasas y confusas; para algunas tribus la luna es la principal divinidad; otras creen en un ser superior creador del Universo. También es corriente la creencia en otra vida, siendo curiosa a este respecto la creencia de los chipibos en tres cielos: el inferior para los blancos, el intermedio para los salvajes y el superior para ellos, que se consideran civilizados. Los caripunas conservan todavía la costumbre de hacer sonar sus carracas de calabaza, zumbadores y otros instrumentos para producir ruido con el fin de ahuyentar a los espíritus e impedir que el espíritu del difunto vuelva para hacer daño.
Se entierra en el suelo de la casa habitada, con las armas o los adornos junto al cadáver; la viuda corta sus cabellos y debe llorar un tiempo o dar otras muestras de tristeza. Sin embargo, las predicaciones de los misioneros han introducido un cambio en las costumbres religiosas de muchas tribus, desviándolas por completo en algunas ocasiones.

Michel había preferido tomar nota de estos datos recopilados y publicados en 1890. Por expediciones posteriores se conocía que los enclaves originales descritos no era completamente exactos en la actualidad, también muchas de las tribus se habían dado como extinguidas. En la mayoría de los casos adaptadas a la vida occidental y convertidas en criollas de criollos. Sangre blanca mezclada con la indígena y esta a su vez, mezclada de nuevo con la indígena. Era una forma de colonización descendente. Muchos jóvenes indígenas se atrevían a salir de la selva y acercarse para cambiar objetos y alimentos en poblados ya colonizados. Poco a poco se iban acostumbrando a la vida de estos asentamientos y se quedaban a vivir allí. Mas tarde llegaban sus parientes más atrevidos desde el fondo de la selva y entraban en contacto con la nueva civilización. Pocos eran los que volvían a su lugar original una vez habían decidido dar el paso de salir al «exterior».

Posiblemente la tribu de donde procedían, mayormente nómadas habrían a su vez cambiado el lugar de su asentamiento. Siendo muy difícil volverlos a encontrar.

No obstante Michel estaba convencido que a la zona donde tenía pensado dirigirse era el lugar idóneo para encontrar un nuevo poblado en estado original.

Al fin y al cabo por muy feroces que pudieran ser, estaba seguro que no serían peores que los individuos que pretendía dejar atrás. Al mismo tiempo se protegería, seguiría el curso de su destino, dedicado completamente a su trabajo; incitado por la circunstancia de que tenía que salvar no solo su carrera si no su vida, sus fuerzas y moral habían aumentado de una forma importante.

En el caso que hubiera propuesto el proyecto de la expedición que estaba realizando. Lo más seguro es que sus superiores la hubiesen desestimado. Ya que no existían indicios de que tales tribus existiesen en la actualidad. Tan solo se tenían leves referencias de algún misionero y el relato del fotógrafo norteamericano.

Se había sobrevolado en muchas ocasiones el territorio y nunca se habían encontrado signos de que alguien habitase en el interior de ese inmenso pedazo de la selva virgen. Tampoco se había peinado con minuciosidad toda la zona con helicópteros o hidroaviones. La antopología no contaba con tantos medios. Sin embargo en varias ocasiones cuando las tribus amázónicas se habían sublevado contra la colonización extranjera que conlleva las expoltaciones petroleras, habían sido bombardeados por aviones.

Un nuevo descubrimiento tribal no era importante ni para la economía del Perú, ni para el interés cultural mundial.

Los hombres decididos como Michel ya se encargaban poco a poco de ir encontrando estas nuevas tribus a muy bajo coste.

Por otra parte, para Michel, el pensar en la posibilidad de encontrar una nueva tribu le fascinaba. Llegar a realizar un viaje en el tiempo tan grande, atravesar de un solo golpe diez mil años hacia el pasado era algo en lo que siempre había soñado. Pero también sabía que si tuviera la suerte de hacer el hallazgo, cabría la eventualidad de que la tribu dejase de ser original y fuese absorbida por el ansia de su culturización de los hombres blancos.

Era el dilema típico que se le presenta a cualquier tipo de investigador. Todo nuevo hallazgo, en la mayoría de las ocasiones, tiene su parte positiva y su parte negativa.

Aunque Michel se consideraba un estudioso positivo. No era lo mismo descubrir las raíces del lenguaje de las tribus de la selva, que encontrar una tribu a la que pudiera perjudicar gravemente. Incluso mortalmente como el caso de una gripe. Si el encuentro sucediese tomaría extremas precauciones para que nada les ocurriese. Transcribiría su lenguaje, puro e intocado, tras miles de años y luego se marcharía sin dar datos de la localización.

Pero en que estaba pensando ahora, lo más importante era llegar establecer un plan de escape, sin dejar rastros, por lo menos en algún tiempo.

La barca en que viajaba en medio de la oscuridad de la noche comenzó a balancearse más de lo normal. Esto indicó a Michel que esta atravesando la desembocadura del Tigre, un caudaloso río que vertía sus aguas al Marañón. Pronto estaría cerca de la desembocadura del río Samiria.

Un punto de luz lejano apareció lejano en medio del río sin que se oyera ningún ruido de motor. Michel no se sobresalto, conocía la costumbre de muchos nativos de construir grandes balsas con troncos poco pesados de una especie de palmera que tenían una gran flotabilidad, y sobre la plataforma flotante construían una cabaña donde viajaban varias personas. Las balsas llegaban a tener una superficie mayor a los veinte metros cuadrados, iban repletas de frutos del bosque y otras mercancías, como pescado ahumado.

Los nativos carecían de dinero para poder pagar un transporte motorizado, si bien la mayoría de sus enclaves estaban demasiado alejados para que llegasen las motonaves; construían estas balsas y con un rudimentario timón las hacían descender movidas solo por la corriente descendente hasta el mercado de Iquitos, navegando entre cien y trescientos kilómetros por el caudaloso Amazonas, en medio de todas las inclemencias del tiempo y movimiento de las corrientes.

Una vez vendidos sus productos por escaso dinero que a penas les alcanzaba para comprar elementales utensilos, enseres metálicos de cocina y campo. Les era difícil financiarse el billete de vuelta hasta el lugar donde habían dejado escondidas unas canoas de remos. En el caso de que pudieran volver, todavía les quedaría algunas semanas de remar río arriba hasta llegar de nuevo a su hogar, sustentandose de la caza y la pesca que ejercitaban con gran habilidad.

Los que se gastaban el dinero en aguardiente de maiz en las cochambrosas tabernas del mercado de Belén en Iquitos, difícilmente podrían volver, por lo menos pasarían cierto tiempo ejerciendo de porteadores de mercancías, a modo de bestias de carga, hasta lograr el dinero suficiente y la fuerza de voluntad necesaria para conseguirlo. Este era uno de los principales motivos por los cuales la ciudad de Iquitos ostentaba una población de millares de personas marginales. Habían llegado desde sus poblados y no sabían como volver.

La gran balsa paso muy cerca de la barca a motor de Michel con una buena carga de plátanos. Una lampara de queroseno se mecía al ritmo de las aguas, colgada en un pequeño tronco, levantado en la parte delante a modo de mástil de indicación. El “piloto” manejaba el timón con aire de indiferencia, en el interior de la pequeña «maloca» flotante iban durmiendo varias personas. El encuentro no tubo mayor trascendencia. La balsa desapareció con cierta rapidez río abajo. Serían habitantes del asentamiento llamado Leoncio Prado que se encontraba justamente en la desembocadura del río Samiria o de Santa Clara algo más arriba sobre el Marañón.

Una vez llegase a Leoncio Prado el río se dividía en varios ramales. El mapa que había conseguido en el ministerio de agricultura no era muy bueno, no obstante era el mejor que tenían. Así mismo el cauce de estos ríos de la alta amazonía solían cambiar de curso en poco tiempo dependiendo de la intensidad en la época de lluvias. A partir de ahora ya no podría navegar de noche. Le sería imposible encontrar en la oscuridad el entrante correcto.

Michel sabía que los traficantes de blancas tenían su principal fuente de captación en los suburbios de Iquitos y sus aldeas cercanas. No necesitaban realizar tan largo viaje para procurarse la mercancía. El género vendible venía a ellos en balsas flotando por el Amazonas.

Respecto a la vigilancia de la reserva, era una especie de extravagancia, pues según su información, en varios millones de hectáreas solo existían cuatro puestos de vigilancia, muy alejados el uno del otro, con un guarda cada uno que permanecía un mes entero, a veces dos en la soledad del bosque, hasta que le llegaba el relevo con el único medio de transporte de que disponían, un pequeño bote de aluminio que hacia su ronda de recogida.

Lo pozos de petróleo no constaban en el mapa, pero seguro de que tendrían sus buenas pistas de aterrizaje, bien sobre el lecho de algún lago, bien sobre una zona ampliamente deforestada y todo ello junto a una buena cantidad de vigilantes mercenarios. Con ellos si que habría que tener cuidado.

La zona era una maraña de ríos y canales que conformaba, tal vez, el laberinto vegetal más extenso y complicado del planeta. De ahí provenía el nombre de Marañón que significaba la gran maraña. Las dos grandes cuencas de los ríos, la del Marañón y la del Ucayali estaban unidas en época de creciente por ciertos pasos inhundados de la selva. Pequeños caños de agua naturales que transcurrían por estrechisimos pasillos abiertos a través de la tupida vegetación por las corrientes de agua. Lo difícil era distinguir cuando era corriente de paso de agua en un bosque comletamente inhundado y con escasa luz bajo la inmensa vegetación.

Sin embargo era un lugar idóneo para esquivar cualquier persecución. Pero también para perderse con facilidad; ese riesgo era considerable. Sin embargo Michel se encontraba muy motivado por la oprtunidad que le ofrecía la situación de emprender una expedición científica única. El índice de peligro era alto, mejor hubiera sido montar una expedición en toda regla, con apoyos logístico y comunicación. No obstante pondría a prueba al espíritu de investigador que portaba en su interior.

Michel se introdujo en el colosal laberinto amazónico